En el béisbol suele decirse: “Pitcher que empieza ponchando, pierde el partido”. Para algunos es superstición pueril, para otros, sentido común y lógica pura, contraria a la máxima popular de “el que pega primero, pega dos veces”. Un lanzador que abre luciendo todo el potencial de su brazo, seguro se cansará pronto; sin embargo, desde que al abridor lo puede sustituir un relevista en cualquier momento, la hipótesis pierde sustento.
En este deporte, como en todos los demás, otros factores entran en juego: la preparación del equipo, la química entre sus integrantes, el clima, la altura, la porra y, principalmente, los estados psicológicos y motivacionales.
Jonah Berger es profesor e investigador sobre influencia social en la Universidad de Pensilvania, y entrenador de un equipo de fútbol infantil en sus tiempos libres. En su último texto, titulado Invisible influencia, utiliza su experiencia personal y miles de datos de resultados deportivos de varias disciplinas, tanto individuales como en equipo, para inferir sus hallazgos.
En un juego, el competidor que va perdiendo tiene una motivación mayor que el delantero, si la diferencia es pequeña: un gol, una anotación, un par de carreras. Claro, influyen las circunstancias también, como el momento del partido. Típicamente, el punto de inflexión es la mitad del juego. Es cuando la moral alta genera la posibilidad de revertir el marcador y consolidar el triunfo. Por su parte, el adversario debe contener y administrar su ventaja.
Los santistas pasamos las de Caín durante el primer tiempo en el juego de vuelta de semifinales en el Azteca. Aunque la ventaja era aparentemente cómoda, el América se creció en casa. Un gol de penal a los 10 minutos subió la moral de su equipo, concretando el segundo tanto poco tiempo después. A un solo gol del triunfo, las Águilas bombardearon incansablemente la portería lagunera, pero nuestra zaga resistió estoicamente hasta que el gol de contragolpe de Santos, poco antes del medio tiempo, sepultó las ilusiones y las ansias americanistas.
Ya en la final, el Toluca abrió el marcador acicateando al Santos que, finalmente, ganó el encuentro. En el juego de vuelta sólo debió aplicar la misma receta contra el América: resistir hasta desmoralizar.
La teoría de Berger aplica también en la vida. Con inteligencia podemos generar los incentivos correctos en innumerables actividades. Sigamos el ejemplo del Santos. Si en la vida o en la cancha nos meten un gol, no debemos desesperar ni claudicar. Quizá sea el detonante motivacional que necesitamos para, con pasión y entrega, alcanzar nuestra estrella.