Dónde está situado o cómo se accede al taller de restauración del Museo del Prado es algo que no se puede contar por cuestiones de seguridad. No en vano, allí hay a diario decenas de obras de incalculable valor. Sí podemos contar que se llega hasta él por un montacargas en el que caben 120 personas, aunque sus 9.000 kg de capacidad de carga y sus más de cuatro metros de altura estén más pensados para poder mover obras escultóricas o lienzos o tablas de gran formato que personas. En ese ascensor ha habido más arte que en la mayoría de los museos del mundo.
El taller de restauración del Museo del Prado es marca España casi oculta, discreta cuando menos, a pesar de ser un referente mundial, un centro al que vienen a formarse profesionales de todas partes del mundo y que cuenta entre sus trabajadores y expertos con verdaderas eminencias en el campo de la recuperación de obras de arte.
La misión de este taller, que incluye taller de restauración de pintura, de marcos y dorado, de documentos gráficos (papel, fotos, grabados), escultórico y de soportes de madera, es la de devolver a las obras del museo a su aspecto original.
Para eso cuentan con el apoyo del gabinete técnico que posee el propio museo en sus instalaciones, donde cuentan con la última tecnología para la ejecución de radiografías, reflectografías infrarrojas, fotografías ultravioleta… además de un laboratorio de química y biología. Tener todos esos equipos de diagnóstico en el propio museo agiliza enormemente las restauraciones.
“Es como un hospital, donde desde el quirófano pueden pedir una prueba. Cogen la obra, la bajan, se las hacen y se tienen los resultados rápidamente”, explica Enrique Quintana, Coordinador Jefe de Restauración de Pintura del Museo del Prado.
Hasta 26 personas trabajan a diario en las instalaciones, sin contar con los becarios y profesionales que hacen una estancia de formación aquí. Estos profesionales proceden de escuelas de restauración o de Facultades de Bellas Artes. “Un profesional puede tardar 10 años en formarse”, explica Quintana, pues requiere “un conocimiento profundo de la pintura antigua y mucha inteligencia, capacidad de reflexión, porque con eso nunca se dañará una obra, sabrá hasta donde debe actuar y hasta dónde debe llevar la restauración”.
La última obra restaurada y presentada al público ha sido La Anunciación de Fra Angelico que ha llevado a cabo Almudena Sánchez, restauradora del Museo del Prado, que comenzó a trabajar en el taller en 1982 y desde entonces ha trabajado en Grecos, Goyas, Tizianos…
Datada a mediados de la década de 1420, ella y Gemma García, experta en marcos y dorado, han devuelto esta obra de 600 años a su esplendor original. Datada a mediados de la década de 1420, Almudena Sánchez y Gemma García, han devuelto esta obra de 600 años a su esplendor original. “La polución y la suciedad impedían ver la luz que caracteriza a esta obra”, explica Sánchez. Por su parte, García trabajó en recuperar los dorados del ala del ángel y su aspecto original tal y como los concibió y creó Fra Angelico y con la misma técnica que él usó.
Restaurar una obra no es barato. La Anunciación ha requerido un año entero de trabajo. La colaboración entre las instituciones Friends of Florence y la American Friends of the Prado Museum, que donaron 150 mil euros que han permitido acometer la restauración de la obra.
“Se trabaja con estudios previos, buscando toda la información y documentación que haya sobre la obra. Después se hacen los análisis que permiten conocer el estado de conservación y con todo eso se planifica la restauración y se ejecuta”, explica Almudena Sánchez. A partir de ahí el proceso suele incluir “la limpieza para retirar las capas de suciedad y barnices , además de repintes. Una vez eliminado todo lo añadido a lo largo de los años se descubre la obra original del artista, que es de lo que se trata. Se valoran las pérdidas que quedan al descubierto y se pasa a la reintegración cromática de las faltas, para darle unidad a la superficie”, resume la restauradora.
Para ello los profesionales utilizan todo tipo de utensilios de precisión, desde pinceles a pequeños bisturíes y muy diversos productos químicos. La delicadeza es fundamental. Por ejemplo en La Anunciación la buena conservación de la pintura ha permitido que hayan llegado hasta hoy elementos muy frágiles de la composición, elaborados con un pincel de muy pocos pelos y sin apenas materia pictórica, como las pestañas de la virgen o del ángel, la barba de Adán o las minúsculas letras del libro apoyado sobre el manto lapislázuli de la virgen, según destacan desde el Museo del Prado.
Cada restaurador suele trabajar en 2 o 3 obras a la vez, pues mientras espera los resultados de una puede avanzar con otra, por ejemplo. El tiempo que puede requerir una obra para estar lista puede variar entre más de un año de las complejas y otras que pueden estar en el taller una semana.
“Realizamos una vigilancia continua de todas nuestras obras y hay algunas que están esperando a ser intervenidas, pero pueden no ser urgentes, así que están en lista de espera”, explica Quintana, que hace ver que el número de obras restauradas varía muchísimo, entre las 130 obras de algunos años a otros en los que se han hecho 40 intervenciones.
Todas las obras del Prado han pasado por el taller de restauración, algunas varias veces. Así se garantiza la conservación con una gran “calidad de vida” de todos sus fondos.
El Museo del Prado puede presumir de ser una referencia mundial. “No hay ningún museo en el mundo que tenga la experiencia acumulada que tiene el Museo del Prado, aquí hay profesionales que han intervenido Rubens, Tiziano, Goya, Greco, Velázquez, Ribera… y llevan haciéndolo 35 años. Lo normal es que un profesional internacional haya restaurado en su carrera una o dos obras de esta importancia y eso lo puede hacer un profesional del Prado casi cada año”, revela el Coordinador Jefe de Restauración.
Hay restauradores a los que se les ha pedido colaborar en restauraciones de otras instituciones de España y del extranjero y obras que se han traído expresamente al Prado, como por ejemplo la Dánae de Tiziano de la colección Wellington de Londres, que se trajo a Madrid para ser restaurada y más tarde se expuso en el propio Museo durante un tiempo.
“Plantarse ante un Velázquez es muy emocionante, pero lógicamente es el día a día, estás acostumbrado… y aún así la responsabilidad es muy grande, pero se tiene más presente antes de comenzar. Una vez que empiezas te centras en el trabajo y en cómo resolver los problemas”, hace ver Quintana sobre la responsabilidad de intervenir obras irrepetibles de la historia del arte.
Y nada de relajarse. “Cada obra es como una persona: tiene una genética y luego ha tenido una vida. A lo mejor es una obra que tiene una genética delicada, frágil, pero ha estado bien conservada y está en un estado muy bueno y al revés, puede ser una obra robusta que ha sufrido accidentes y está peor”, destaca Quintana.
El profesional, que habla con la pasión que la vocación otorga, habla también de los casos terribles como los destrozos en obras como el Ecce Homo de Borja o el San Jorge de Estella.
“Nos produce mucha tristeza por varios motivos. Por un lado por la propia obra, porque les roban su dignidad. Por otro lado me produce tristeza que se le de publicidad a ese tipo de noticias y no la tengan todos los profesionales o restauradores que hay en España trabajando día tras día por conservar y proteger el patrimonio”.
Y es que sobre el Museo del Prado aún hay una cierta atención, pero “ahora mismo hay muchas iglesias en España en las que hay restauradores pasando frío, con pocos medios, con poco salario, con poco reconocimiento, tratando de salvar el patrimonio de todos y que salvan retablos, esculturas…”, destaca y reivindica Enrique Quintana.
“Hace falta más esfuerzo, dinero y atención para mejorar la conservación de nuestro patrimonio y para eso primero hay que aprender a quererlo y valorarlo”, sentencia.
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