En esta entrega secuencio la redacción bajo los acordes de una canción de Haydée Milanés que va definiendo el suceso: “Alma de inocentes sueños / nadie es dueño de tus sentimientos / respira suave, que el aliento te salve. / Cuéntame tus miedos / quiero ver si son más grandes que tus anhelos / y el amor es ciego”.
Hablar del amor no es tema difícil, mejor dicho, el más humano de los sentimientos tendría la habilidad para proporcionarnos múltiples maneras de expresión y causas.
Hegel dio una formula centenaria que aplicaría: “amor significa conciencia de mi unidad con el otro, de tal manera que no estoy para mí aislado, sino que consigo mi autoconciencia al abandonar mi ser por sí y saberme como unidad mía con el otro y como unidad del otro conmigo. (…) El primer momento del amor es que no quiero ser una persona independiente para mí, y que si lo fuera me sentiría carente e incompleto. El segundo movimiento consiste en que me conquisto a mí mismo en la otra persona y valgo en ella, lo cual le ocurre a ésta a su vez en mí”.
La concepción del matrimonio como una figura no sólo legal, sino ética, es lo que da significado al deseo de continuidad, con la seguridad de que se está haciendo algo bueno con ello, a pesar de las reiteradas calamidades que el mundo de los reformadores pretende involucrar.
Regresa Milanés y su tonada: “Alma, tus encantos son tan ciertos / nunca abandones un deseo / sin realizar un sueño tan intenso en la realidad. / Tu corazón de libélula / y ora y ora y orando todo el tiempo alma en tempestad / tu corazón de libélula / y amar, y amar, y amando en la distancia / vuela sin llegar”.
Con un alma y para siempre, la premisa fundamental para tener la vida resulta en ese enlace entre seres que identifican no sólo lo que sienten, sino también el pensamiento común y que esto dé seguimiento e impulse a la base familiar.
El matrimonio hace despegar otras potencialidades del ser humano, porque el amor engendra múltiples cosas al ser una bendición divina.
En sí es un plan de dios perfecto para que los seres humanos podamos compartir nuestra existencia en el mejor ambiente posible, que es el del núcleo familiar, para de ahí expandirse a la colectividad, normalmente donde hay familias, ahí mora la felicidad.
Va de nuevo la canción: “Alma de sensuales gestos / espirales son tus pensamientos / llena de dudas, sin respuesta se inunda. / Cuéntame tus miedos / quiero ser tu libertad, tu cielo, la eternidad. / Tu Corazón de libélula, Llora, llora, llorando todo el tiempo / alma en tempestad”.
El amor es también ese deseo apacible de dar, de compartir y comunicar al otro el cúmulo de sentimientos buenos, atesorados desde el comienzo de la vida. El amor se confunde pero no ata, no encadena, más bien da alas de libertad para que el otro vuele tan alto como lo necesite. Y también saberse unido al ser amado con energías invisibles, y disfrutar así los logros al mismo tiempo, para hacer florecer su anhelo. Cuanta mayor libertad y respeto se otorguen uno al otro, más cercanos estarán, más correspondidos, y mejor se definirá el compromiso.
“El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien es”. En eso concuerdo con Jorge Bucay, otro cierto.
La mejor manera de que el amor de la pareja se sintetice es el crecimiento de ambos, en forma conjunta; ser independientes en la tarea, pero unidos en la causa en esta circunstancia mayor llamada vida en común, con múltiples objetivos, pero también sueños.
Mi libélula y yo tenemos una historia personal que inició el día de San Judas Tadeo, cuando nos unimos ante la Virgen de Guadalupe y la mirada de gozo de familiares y amigos. Fue la noche de la lluvia intensa que inundó el centro de Piedras Negras y también la promesa que persiste ante los muchos días de estos 29 años de matrimonio. Issa me ama y con eso me basta para tener lo que necesito.