El país ha dejado de considerar oficialmente en peligro de extinción a estos mamíferos desde junio. Sus poblaciones han crecido gracias a una mejora de las técnicas de inseminación artificial, el uso de tecnología de vigilancia y un mayor cuidado de su hábitat.
“Este es nuestro panda español; nació en Madrid”. La guía del Valle Panda de Dujiangyan, en Sichuan, en el centro de China, señala con una sonrisa al animal semidormido sobre una plataforma entre árboles: “DeDe”. Junto a su gemelo Po, el segundo panda nacido en el Zoo madrileño después del mítico Chulín, acaba de desayunar varios kilos de bambú y ahora descansa, la tarea a la que estos animales de lento metabolismo dedican la mayor parte de su tiempo. Ya cumplidos los once años –casi un cuarentón en edad humana–, lleva ocho en esta reserva de cuidado y estudio de estos mamíferos, desde que según los acuerdos de cesión dejó su ciudad natal para volver a su hogar ancestral. En el Valle Panda, parte del Centro de Investigación y Conservación sobre el Panda Gigante chino con sede en la ciudad de Chengdu, convive en semilibertad con otros nueve ejemplares.
Este año todo parecen buenas noticias para estos animales, símbolo de la lucha contra la desaparición de la biodiversidad. Por primera vez, y cinco años después de que lo hiciera la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, China los ha retirado de la lista de animales en peligro de extinción, y ahora son únicamente “vulnerables”. Gracias a una mejora de la nutrición y los sistemas de reproducción asistida, y un mayor cuidado del hábitat, su número ha crecido un 17% en una década: 1.864 en libertad, y 673 en cautividad- casi cinco veces más que hace 21 años-, según las cifras de la Administración Forestal.
Y este mes, el propio presidente Xi Jinping ha confirmado la creación de un gran parque nacional, entre los primeros de su tipo en China, que tendrá 27.000 kilómetros cuadrados -casi tan grande como toda Galicia- y abarcará el 70% del hábitat actual de los pandas, en las provincias de Sichuan –donde habitan la mayoría de ellos– Gansu y Shaanxi, en el centro del país. Un paso fundamental, según explica el profesor Ran Jianghong, de la Universidad de Sichuan y autor de un mapa de poblaciones de pandas: “Permitirá conectar los distintos hábitats fragmentados y grupos de pandas, algunos extremadamente aislados”, indica.
Xu Li es una de los 140.000 guardas forestales que rastrean cada día las rutas de los pandas gigantes en el corazón de lo que será ese gran parque, en los frondosos bosques de bambú de las montañas más apartadas de Sichuan, húmedas y neblinosas. Esta joven menuda, con cinco años de experiencia a sus espaldas, rara vez se ha topado con un ejemplar de cerca, pero sí que asegura que cada vez encuentran más indicios de la presencia de esos animales: huellas, excrementos, marcas de mordeduras o arañazos. Su trabajo es documentar esos hallazgos, algo que antes se hacía a mano y para lo que ahora la tecnología es la gran aliada.
La herramienta imprescindible de Xu en la montaña es su teléfono móvil. En él, una aplicación recoge las distintas rutas de los pandas. Ella debe tomar fotografías de cada rastro que encuentre y subirlas a la aplicación, haciendo constar las coordenadas y la altitud exacta. “Hay que incluir todos los detalles posibles”, explica. No solo de los icónicos pandas gigantes blancos y negros, sino también de otros animales con los que comparte hábitat, como los pandas rojos o algunos pájaros. “Así podemos calcular los lugares por donde se mueven con más frecuencia, cuántos puede haber, qué otros animales hay. También podemos anotar los datos de plantas raras que encontremos”.
Es un trabajo que puede resultar peligroso, debido a lo remoto de las montañas. Los guardas siempre se desplazan en parejas, y recurren a la comunicación por satélite para mantenerse en contacto entre ellos y con sus centros base, explican Xu y sus compañeros. “Las comunicaciones son un verdadero problema si nos adentramos demasiado en las montañas”, precisa la joven.
Además del rastreo de los animales en sí, los guardias forestales también utilizan la tecnología para detectar la posible presencia de depredadores. Los pandas adultos, que alcanzan estaturas de 1,5 metros y hasta 150 kilos de peso, apenas se ven amenazados por otras especies -su principal enemigo, el leopardo de nieve, se encuentra a su vez en peligro de extinción-, pero las crías, que apenas miden una decena de centímetros al nacer, pueden verse capturados por águilas, buitres y otros pájaros.
El rastreo de los guardias también incluye vigilar que excursionistas o cazadores no entren en las zonas protegidas. Y avisar de posibles incendios que puedan poner en peligro los frágiles bosques de bambú, el alimento que representa el 90% de la dieta de los pandas y del que pueden llegar a comer hasta veinte kilos al día.
Para ello, también se recurre cada vez más a la tecnología. El gigante chino Huawei ha desarrollado una plataforma en la que se centralizan los datos en tiempo real sobre el hábitat de los pandas en el futuro parque nacional y permite detectar riesgos. El sistema integra la información de cámaras estándar y de infrarrojos, de drones y de satélites, tanto chinos como internacionales. Operativa desde el pasado febrero, desde que comenzó a emplearse el número de incendios de todos los tamaños se ha reducido en un 70% , según asegura el representante de Huawei Yue Sun, presidente del departamento de Negocio Gubernamental Global.
“Localizar los pandas en la naturaleza es el trabajo más complicado”, apunta el profesor Ran. Con la ayuda de la aplicación espera poder actualizar el número real de pandas en libertad, su edad, género y posibles nacimientos o muertes. El año próximo se completará el nuevo censo de estos animales, que se realiza cada diez años. “Esperamos que con la nueva tecnología no haya que depender solo de los guardas forestales para localizar pandas; hay zonas tan remotas que no se puede llegar a ellas”, señala, en un acto organizado por el gigante tecnológico en Dujiangyan esta semana y al que fue invitado EL PAÍS.
El aumento de la población de pandas no solo se ha hecho posible por un mayor cuidado de su hábitat. Los avances en los procedimientos de inseminación artificial han desempeñado un papel fundamental: la inmensa mayoría de los pandas nacidos en cautividad han sido concebidos mediante estos sistemas, dadas las dificultades de estos animales para aparearse.
Pero con la relativa abundancia de ejemplares surgen otros desafíos para una especie cuya situación es aún frágil. Entre ellos, la devolución de los animales nacidos en cautividad a los bosques, para que refuercen poblaciones vulnerables y se aumente la diversidad genética. El Valle Panda, junto con la base de Wolong, son los dos centros donde se desarrollan programas de adaptación de los animales candidatos a la vida en libertad.
Un proceso complicado y largo, según explican los guías del centro de conservación de Dujiangyan. “Hacen falta unos dos años. Primero hay que seleccionar quiénes pueden ser los mejores candidatos, y empezar con ellos desde muy pequeños”, cuentan. A lo largo de ese tiempo, se les enseña cómo conseguir comida, agua o refugio sin ayuda de los cuidadores humanos, que para pasar desapercibidos llegan a camuflarse con disfraces de panda y el olor de la orina de este animal. “Un panda acostumbrado a la asistencia humana no se adapta con facilidad a la vida salvaje”, apuntan.
Hasta el momento, y desde que empezó el programa en 2004, se han introducido once ejemplares, de los que nueve habían nacido en cautividad. De los otros dos, uno, el primer panda reintroducido en los bosques, murió a los pocos meses, al parecer en una pelea con otros osos. En total, ocho han conseguido readaptarse a la vida en libertad. Tres fallecieron.
“A medida que mejore el hábitat natural de los pandas, aumentará la capacidad de supervivencia de las poblaciones”, señala el profesor Wei Fuwen, de la Academia China de Ciencias y uno de los mayores expertos mundiales en estos mamíferos.
Para DeDe, la posibilidad de una vida salvaje ya es una quimera. Pasará el resto de la suya ―en cautividad, los pandas pueden llegar a los treinta años; en el bosque no suelen sobrepasar los veinte― entre los bambúes y los arroyos del Valle de los Pandas, alimentado por sus vigilantes humanos en un entorno natural, pero cuidadosamente controlado. Pero quizá, en un futuro, sus descendientes dominen de nuevo las montañas de Sichuan.
El País