Una buena microficción encuentra siempre a sus lectores… Armando Alanís.
(“Republicamos hoy la entrevista realizada al escritor coahuilense de microficciones Armando Alanís (no es su homónimo, el creador de Acción Poética) para el número 9 de Primera Página. Que la disfruten”. 13/09/16. Primera Página).
PP. ¿Está bien el término “microficción”? ¿Consideras que es correcto?
AA. No tengo problema con las etiquetas. A estos textos brevísimos, de pocas líneas, en los que se cuenta o sugiere toda una historia, se les puede llamar minificciones, microficciones, microrrelatos o ficciones súbitas. En México, se ha preferido el término “minificción” para designar a estos comprimidos narrativos. En España y Argentina prefieren el término “microrrelato”. Me gusta lo que dijo alguien por ahí, creo que fue la escritora argentina Ana María Shua: si un texto muy breve parece aforismo, es aforismo; si parece poema en prosa, es poema en prosa; si parece greguería, es greguería; si parece estampa literaria, es estampa literaria; si no sabemos qué es, seguro que se trata de una minificción.
PP. ¿Cómo poner la brevedad en el papel? ¿En qué radica este trabajo?
AA. Los microrrelatos son flashazos, estrellas fugaces. Uno se tropieza con ellos en la calle. Cualquier cosa que sucede a nuestro alrededor, cualquier incidente cotidiano, pueda dar pie a una minificción. También otros textos más extensos, como las novelas o los manuales de historia, y hasta los tratados filosóficos o científicos, pueden proporcionarnos ideas para minificciones, lo mismo que los titulares de los periódicos amarillistas, que suelen ser muy ingeniosos. Una vez que se te ocurre una idea para una minificción, hay que anotarla, porque las ideas son como los pájaros: si nos las atrapamos en un cuaderno de notas, vuelan.
PP. De todo lo que escribes, lejos de la literatura breve, ¿en qué subgénero te gusta ser encasillado?
AA. Me gusta ser calificado como narrador. He escrito hasta ahora tres novelas y no descarto la posibilidad de escribir una cuarta, pero a últimas fechas mis intereses como lector y como escritor transitan más por el camino del cuento y del microrrelato. El año pasado apareció mi segundo libro de ficciones súbitas, Narciso, el masoquista, publicado por Cuadrivio, y está en prensa mi tercer libro, Sirenas urbanas, una coedición de la Editorial Posdata y la UANL. También aparecerá pronto un cuarto volumen de microrrelatos, que publicará en Saltillo, mi ciudad natal, la editorial La Terquedad. Por otra parte, publico semanalmente en el suplemento “Laberinto” mi espacio Alfileres. Esos alfileres son textos narrativos o aforísticos de una o dos líneas, sin título. Son muy escuetos: los personajes no tienen nombre, no se mencionan tampoco ciudades ni países. A lo más, llega a citarse algún personaje mitológico o lugares inventados por la teología como el cielo y el infierno. Recordemos, de paso, que Borges pensaba que la teología era un género de la literatura fantástica. Estoy de acuerdo con él.
PP. ¿Cómo lector prefieres la literatura breve por encima de otro tipo de subgénero? ¿Por qué?
AA. Me interesa el cuento en general, no importa la extensión que tenga. También leo algunas novelas, pero prefiero el cuento, lo mismo como lector que como escritor. Ahora estoy trabajando un libro de cuentos; cada uno de ellos tendrá una extensión de entre cinco y quince cuartillas. El cuento es para mí el género narrativo por excelencia: me gustan tanto los que constan de una sola línea o de uno o dos párrafos, como los que constan de ochenta páginas, como “Bola de Sebo”, de Maupassant, por ejemplo. Encuentro a Maupassant o a Chéjov tan actuales como si fueran cuentistas del siglo veintiuno.
PP. ¿A quiénes reconoces como tus influencias literarias?
AA. En minificción, a mi paisano Julio Torri; a Juan José Arreola, el escritor más cercano al genio que me ha tocado conocer; a Monterroso, desde luego, aunque procuro no escribir fábulas para que no se me considere un mero imitador del guatemalteco; al español Ramón Gómez de la Serna, con sus geniales greguerías; a la argentina Ana María Shua, entre tantos otros. Leo mucho a los grandes microficcionistas de la China antigua, que escribieron cuentos breves de tradición budista o taoísta. En cuanto al relato que rebasa la extensión de una página, releo constantemente a clásicos como Maupassant y Chéjov, a los que ya cité, o a autores más contemporáneos, como Carver o John Cheever. También reconozco como una de mis influencias al humorista inglés Saki, cuyo nombre completo es Hector Hugh Munro. Admiro al mexicano Francisco Tario que, por cierto, no sólo es autor de extraordinarios cuentos fantásticos sino también de estupendas minificciones. Procuro todo el tiempo a cuentistas que manejan el humor inyectado de cierta dosis de perversidad. Hay cultivadores del humor negro como el norteamericano Ambrose Bierce o el irlandés Bram Stoker, el autor de Drácula, que también me interesan muchísimo.
PP. ¿Cuál es tu visión de la literatura en nuestro país? ¿Cómo crees que se lleve el género breve por encima de los demás subgéneros?
AA. Tenemos novelistas sobresalientes. Pero de unos años para acá, la minificción se ha venido cultivando cada vez más en nuestro país. Hay una especie de boom, favorecido o impulsado por el rutilante advenimiento de las redes sociales como Facebook y Twitter. Sin embargo, lo que se publica en esos espacios demuestra que no es nada fácil escribir minificciones que sean tan contundentes como un gancho al hígado, de esos que propinaba a sus rivales Julio César Chávez. Muchos usuarios de las redes sociales –hay honrosas excepciones– quieren hacer pasar por minificciones textos muy breves que no son más que meras ocurrencias sin pies ni cabeza. Señalo de paso que uno de los peligros que corre el microficcionista es el de querer hacerle al poeta. Uno debe preocuparse por contar una historia en pocas líneas, nada más. No hay que pretender hacerle al poeta al menos que, efectivamente, se sea poeta.
PP. ¿A qué se enfrenta el autor “microficcional” a la hora de publicar?
AA. Hay editoriales independientes que se interesan por las formas breves como el microrrelato y el aforismo. Si un escritor tiene un buen libro de minificciones terminado, no deberá tener problemas para encontrar quién se lo publique. Mi consejo sería decirle a ese autor que acuda a una de las editoriales llamadas independientes, que ya están publicando libros de brevedades; que no vaya a las grandes editoriales, porque éstas siempre preferían publicar una novela. Hay que acudir a las revistas, a los suplementos de los periódicos. Y si nadie quiere publicar tus minificciones, pues ahí están los blogs o las redes sociales. Recuerdo lo que decía el sonorense Edmundo Valadés: un buen cuento encuentra siempre sus lectores. Lo mismo es válido para la microficción.
PP. ¿Cuáles son las metas a las que aspira la literatura breve? ¿Consideras que sufre menosprecio dentro del ámbito?
AA. La literatura breve ha ido ganando sus espacios, sus lectores. Cada vez es tomada más en serio por escritores y lectores. El microrrelato es un género lúdico, cuyas herramientas más importantes suelen ser, además del lenguaje, la imaginación y el humor. Pero el humor de la literatura breve, como apunté antes, conviene que sea perverso, tan rojo como la sangre y tan negro como los asientos del café. Conviene que sea punzante como un puñal bien afilado.
PP. ¿Crees que los géneros breves se volverán la alternativa literaria para nuestra sociedad más allá de la novela, el cuento más extenso y la poesía?
AA. Son una opción más. Las editoriales fuertes, así como los lectores de best sellers, se seguirán interesando por las novelas de quinientas páginas. La novela sigue siendo el género más comercial. Se venden más mamotretos de quinientas o setecientas páginas que libros de cuentos o libros de minificciones; basta con ver las mesas de novedades de Gandhi, de las librerías del Fondo o de las tiendas Sanborns. Pero los géneros breves tienes sus cofradías, sus sectas, sus lectores; a esos lectores es a los que hay que dirigirse.
PP. ¿Hasta qué punto la literatura breve impone sus propias limitaciones? Es decir, ¿cómo sería el límite entre una microficción y un aforismo, por decir algo?
AA. Son géneros fronterizos, híbridos. Hay microficciones que pueden ser también considerados como aforismos, y al revés. El famoso aforismo de Kafka: “Una jaula salió en busca de un pájaro”, ¿no es más bien un microrrelato? Los géneros se rozan, se confunden. Al final del día, importa poco decidir si este texto originalísimo de Kafka es un aforismo o un microrrelato: lo importante es que funciona, que da en el blanco, que estimula tanto nuestra imaginación como nuestra capacidad de reflexión o análisis.
PP. ¿Crees que la microficción corresponde a la época en que vivimos en la que las personas buscan algo breve por encima de lo extenso?
AA. La microficción va muy de acuerdo con la época vertiginosa que nos tocó vivir. Es literatura para leer en el metro, en el avión, en el coche –siempre y cuando no vayamos al volante–, o en la sala de espera del dentista, si no nos lo impide el dolor de muelas. Podemos leer dos o tres minificciones mientras estemos parados frente al pelotón de fusilamiento; cuando los carabineros disparen, nos habremos convertido nosotros mismos en una minificción.
Es un género tan válido como la novela o el ensayo; cada vez se le estudia más en ámbitos intelectuales y académicos. Su prestigio va en aumento, lo mismo que sus cultivadores, que ya son legión.
Revista: Primera Página.
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