Sé que el día del padre fue en junio, aunque este pasado 28 de agosto celebramos el día de los abuelos, es decir, los papás de los papás, y quizás más de uno suponga que el título del artículo de esta semana, alusivo a la canción interpretada por el cantautor italo argentino Piero, se refiere a ellos, lo cual es parcialmente cierto, aunque quizás atienda también a otros motivos el texto de este lunes.
Cuando uno piensa en los abuelos, al menos así me pasa a mí, lo hacemos evocando conceptos como sabiduría, paciencia, experiencia, felicidad, amor, sencillez, magia, autoridad y ejemplo, como quizás eran los viejos sabios de las civilizaciones antiguas, que le dan nombre incluso a todo un tratado de Carl Jung, llamado arquetipo del anciano o arquetipo del sentido.
A nivel energético y en el orden sistémico, la figura de los ancestros tiene también un alto grado de importancia para que los seres humanos podamos encontrar muchas respuestas a nuestra propia esencia y por ello es muy significativo honrar nuestras raíces para darle rumbo y dirección a nuestra existencia.
En el trabajo de evolución y desarrollo humano, quienes estamos inmersos en ello, valoramos el orden que los sistemas familiares deben tener con los padres, abuelos y demás figuras ancestrales, para limpiar memorias pasadas e ir sanando generación tras generación lo que a cada uno nos corresponde, rompiendo las cadenas transgeneracionales de lo que deba cortarse.
En alguna reciente entrega para Milenio hablamos de la herida del abandono que suelen padecer muchos adictos, codependientes o personas con algún tipo de trastorno mental, dejando clara la premisa de que el beneficio de sanar y convertir el resentimiento y dolor en aceptación y aprendizaje es precisamente para quien sufrió el trauma, independientemente de si la vida les brinda o no la oportunidad de reconciliarse familiarmente.
Este domingo, mi padre llegó a sus 81 años y ya tres de viudez, por lo que mientras preparaba mi colaboración de hoy, recordaba lo circunstancial y casual que a veces es la vida, pues hace apenas 10 años, un día como ayer celebrabamos sus 71 y a la mañana siguiente mi madre con sus 75 nos sorprendió con un evento vascular cerebral que cambiaría por completo sus últimas siete anualidades en el plano terrenal, lapso en el que vi a mi papá volcarse en atenciones y hacerse cargo de ella con todo comedimiento y amor incondicional hasta despedirla con toda dignidad.
Claro, después de toda una vida de casi 53 años casados y nueve más de novios, con todas las desavenencias que una pareja puede tener en ese largo periodo, de pronto me resultaba curioso, por decir lo menos, ver como mis padres en esa dinámica de cuidador-cuidado tenían episodios berrinchudos como niños caprichosos que pelean sin saber por qué, lo que me permitía procesar viendo la vida de mis viejos, algunas características de la llamada tercera edad, hacia la cual todos, si el tiempo nos alcanza, inevitablemente habremos de transitar algún día.
Pude platicar y observar como ella, a sus 82 años, seis meses antes de trascender, dentro de sus rabietas cargaba emociones de toda su vida, algunas con dolor, otras con resentimiento y algunas más simplemente como anécdotas, que se le venían de golpe, justo en ese momento en el que estoy seguro que ella preparaba ya su despedida y deseaba poner su vida en paz, como también estoy cierto que pudo irse sabiendo que el orden del universo es perfecto y que ya había cumplido con lo que le tocaba hacer entre nosotros.
Aunque no estuve físicamente con ella el último semestre antes de partir y esa fue nuestra última charla en persona, aun agradezco haber sido testigo de uno de los mayores aprendizajes que en ninguna aula podría haber cursado, sobre la importancia de la comunicación y de prepararnos hacia el otro plano, buscando la paz interior antes de partir. Como dice la tanatología, elegir el mejor momento para dar ese paso inevitable y natural en los seres humanos.
Desde entonces he podido observar que es un buen tipo mi viejo, que mi padre también en su peculiar forma de ver la vida ha podido resignificar y reinventarse llegando con dignidad a este momento donde acumula sabiduría, aceptación y, día a día lo enfrenta con la mejor actitud, a pesar de su aislamiento solitario por la pandemia con la que llegamos a este momento del 2020.
Quizás a estas alturas mi lector de esta sección pudiera pensar que equivoqué el medio para hacer un homenaje personal a mis padres, lo cual respetaría, aunque más bien quise hacer como decimos en el consultorio, una autorrevelación testimonial que posiblemente pueda conectar con alguien más ya sea que sus viejos sigan vivos o no y podamos tomar consciencia de lo importante de honrar nuestras raíces para encontrar la paz en uno mismo.
Cuando tratamos en la consulta familiar el tema de los resentimientos, eventualmente existe una resistencia natural a perdonar y a ponerse en paz, por lo que es importante hacerle ver al portador de ese veneno emocional que deberá librarse de él para su bienestar, independientemente del futuro curso de su relación.
Algunos suelen preguntar si el perdonar es olvidar o hacer como si no pasó nada, o si están obligados a seguirse relacionando entre sí, a lo que la respuesta contundente es no. De lo que se trata es de desprenderse de esa emoción que hace daño a quien la porta, ayudándole a dejarla ir y a seguir su vida de la manera que decida hacerlo con relación a la otra persona, pero sin cargar esos sentimientos malsanos.
¿Sabe cuántos problemas viven las familias en su interior, incluyendo los conflictos padres e hijos que a veces son largos y duraderos o de plano irreconciliables? ¿Sabe cuántos hijos eligen vivir sin sus padres o viceversa? Este fin de semana, en otro hecho noticioso supimos del lamentable deceso de Manuel “Loco” Valdés y estuvimos expuestos a su biografía, dentro de la cual llamó mi atención, a propósito de este tema entre padres e hijos, un video ampliamente difundido del encuentro que en su momento tuvo el comediante con su hijo Cristian Castro quien, con toda nobleza expresaba que necesitaba a su padre para estar en paz.
Ese el motivo verdadero que me inspiró a escribir sobre el tema, a unos días de la celebración de los abuelos y la imperiosa necesidad que tenemos los seres humanos de estar en orden y amor con nuestro linaje ascendente y con nuestra descendencia, para poder aspirar a la alegría permanente de poder decir como Amado Nervo: “vida nada te debo, vida estamos en paz”.
https://www.milenio.com/opinion/omar-cervantes/la-alegria-de-vivir/es-un-buen-tipo-mi-viejo
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