A los seres racionales nos gusta la paz, no la guerra. A pesar de que Tomas Hobbes describe en sus tratados un estado permanentemente en guerra debido al egoísmo, al dominio de las bajas pasiones y a la perversidad innata del hombre para justificar el establecimiento de la monarquía, la verdad pocos prefieren la violencia, el disturbio.
A primera vista, la historia de la humanidad pareciera una de conflicto eterno, interrumpido ocasionalmente por periodos de paz. Pero después de una revisión minuciosa de fechas y periodos, nos damos cuenta que la realidad es lo contrario. Quienes escriben la historia han confundido intensidad con frecuencia, sobreestimado los conflictos y minimizado las épocas de paz y prosperidad por considerarlas intrascendentes.
Solemos utilizar equivocadamente la frase “ley de la selva” para referirnos a situaciones anárquicas. ¡Falso!, porque hasta en el reino animal se vive en orden y armonía. Los animales colaboran entre sí, muchos incluso en relación simbiótica. Hasta los predadores respetan las reglas de cortesía, alimentándose de presas viejas o débiles y con pocas probabilidades de sobrevivencia.
La máxima Webberiana, ésa que otorga al estado el monopolio legítimo de la violencia, debe utilizarse como amenaza creíble para mantener el orden social y no como política de gobierno.
Pero eso el presidente de Estados Unidos no lo entiende. Cegado por una desbordada arrogancia y envalentonado por su retórica estridente e irreflexiva, ha abierto hostilidades, literalmente, con todo el mundo. No sólo desató una guerra comercial con China, de consecuencias aún insospechadas, sino también con quienes tradicionalmente eran sus aliados, como la Unión Europea, Japón y Canadá.
Trump se ha peleado con figuras cercanas de su equipo de trabajo y con instituciones de su país. Se ha confrontado agresivamente con medios de comunicación y ha reñido con actores y artistas, incluidos jugadores de la NBA y la NFL.
Con inquina patológica se ha ensañado contra los migrantes. La caravana, procedente de Centroamérica y para muchos orquestada por él mismo con propósitos electorales, ha sido el blanco más reciente de sus dardos envenenados.
Ordenó desplazar soldados a la frontera con México. Pero lejos de refrendar su estrategia bélica, ahora el electorado le dio la espalda. Aun así, sigue sin entender: los nuevos legisladores aún no asumen el encargo, y ya les declaró la guerra.
El mundo no quiere peleas ni conflicto. No es el ejemplo que deseamos para nuestros hijos ni la forma de vida a la que aspiramos. Es un mundo pequeño después de todo.