Ese Cristo de tápalo encarnado,
de terciopelo recamado de oro
me causa espanto, compasión, azoro
y lo llevo en mis ojos reflejado.
Ese Cristo en su cruz crucificado
me mira tenazmente y sin decoro.
Él sabe que al mirarlo siempre lloro
y me pide por mi ser desclavado.
Yo miro su mirada legendaria
su agonía tan larga y estatuaria
y rechazo seguirlo contemplando
pues su muerte me está crucificando
y me huyo por las calles de cemento
huyendo de ese Cristo tan violento.