Que las generaciones actuales de niños y jóvenes vienen revolucionadas, que nuestros hijos pequeños están muy adelantados para su edad, que los padres tendremos un gran reto en los próximos años para evitar que nuestros hijos se desvíen el camino. Es común escuchar esos y otros comentarios igual de angustiosos en las charlas de adultos.
La verdad es que a cada generación le toca vivir una época diferente a la anterior, con sus avances tecnológicos, modas distintas y alteraciones en la cultura, lo cual, históricamente, ha generado preocupación en los papás. Aunque, también hay que reconocerlo, el acceso a la información y el contacto con el exterior que ahora tienen nuestros hijos pequeños, a través del Internet y las redes sociales, no tienen precedentes.
Creo que, en efecto, los padres de los menores tenemos un enorme reto por delante. Por un lado, el riesgo de la sobreprotección que las condiciones sociales actuales imponen; por el otro, el peligro de ser demasiado indulgentes y relajar la disciplina en el hogar.
El crecimiento natural de las ciudades, la llegada de inmigrantes, el notorio incremento en el flujo vehicular, entre muchos otros factores, ha convertido a las calles menos seguras que las que nos tocaron en nuestra infancia, motivo por el cual muchos padres cuidan a sus hijos de más.
Generación de cristal, ya la llaman algunos. Intolerante a una llamada de atención, frágil a los golpes del destino, vulnerable al calor de la adversidad, impaciente al ritmo de la vida. Son niños que han sido metidos en una burbuja para protegerlos de las acechanzas del mundo exterior.
En el otro extremo, soltar a nuestros hijos de la mano, dejar de supervisarlos, de platicar con ellos, de interesarnos por sus cosas, los pone en riesgo de dejarse llevar por las malas influencias. El consumo de tabaco, alcohol y drogas, sobre todo el cristal, es un problema serio de salud en la juventud mexicana. Después vienen los actos vandálicos y delictivos que causarán arrepentimientos de por vida.
Por eso es importante que los padres estemos presentes en la vida de nuestros hijos y encontremos ese punto medio: suficiente cuidado para que sigan el camino correcto, pero no tanto como para echarlos a perder. Estirar la cuerda, pero sin romperla. Ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre, diría el dicho popular.
Hacerlos lo bastantemente fuertes, independientes, para que no se conviertan en la generación de cristal, pero tenerlos lo necesariamente cerca, educándolos en los valores, para que no caigan en las garras del cristal. Ese es el reto. No es sencillo, pero debemos hacerlo. Nuestros hijos son lo más importante que tenemos y son el futuro de México.