Cada vez aprendo más de las historias de adicciones y de familiares de adictos, sus historias de vida, el dolor que en algún momento eligieron cubrir o anestesiar con algún fármaco, una droga o una conducta adictiva patológica, al igual que el elegir el silencio de eventos dolorosos como mecanismo de defensa, sin darse cuenta de que en muchas ocasiones solo basta hablar para vivir.
Hablar para vivir, eligiendo a las personas correctas, aprendiendo a expresar las emociones, identificando situaciones incómodas o traumáticas que deben compartirse en el momento oportuno y de la forma indicada, antes de que se vayan acumulando dolores, culpas, rencores y resentimientos que serán el motivo ideal para desarrollar una adicción, algún trastorno mental u otra enfermedad que incluso pueda derivar en cáncer de algún tipo u otros padecimientos que denotan un sistema inmunológico incapaz de lidiar con el cúmulo de emociones que el individuo se traga.
En los talleres de prevención de adicciones, uno de los temas que a mi parecer es de vital importancia es el de enseñarle a los sistemas familiares y a los hijos, desde la niñez, a practicar la comunicación asertiva y la expresión de sus emociones para poder lidiar con ellas.
Este fin de semana, además de las consultas en las que siempre aprendo invariablemente algo nuevo y me nutro de las experiencias de mis consultantes, debido al confinamiento en el que aún vivimos, tuve la oportunidad de ver en Prime Video la película “Perversa Adicción” que narra la historia de perdición de una exitosa mujer de empresa y de familia a causa de su compulsión sexual, así como la serie en Netflix “Intervención” que son diversas historias de adicciones y la intervención familiar como alternativa para su rehabilitación.
Aunque no es en el total de los casos de adicciones, sí existe una inmensa mayoría que son similares a lo que plasman esta película y esta serie, en donde alguna herida causada en la infancia o en la adolescencia, así como la disfuncional comunicación en los sistemas familiares y las conductas facilitadoras o codependientes, se convierten en una bomba de tiempo que hace que el adicto y sus familias se pierdan en el mundo de las drogas, el alcohol, el sexo, el juego, los trastornos de conducta alimentaria o una lamentable y trágica combinación de varias de estas.
En esta ocasión deseo detenerme a comentar sobre el mecanismo de defensa que solemos usar los seres humanos llamado silencio, elegido en muchas ocasiones para evitar resentir una situación dolorosa, bajo el supuesto de que si no hablamos de ello no existe o bien si expresamos que todo está bien, evitamos que nos insistan y engañamos a través de una escueta a los demás y a veces a nosotros mismos con el llamado autoengaño.
Recuerdo en la historia de Tommy, el personaje central del libro “La Alegría de Vivir, un viaje de las tinieblas a la luz”, de nuestra autoría, cuando estaba en la negación y máxima actividad de su alcoholismo entre los 25 y los 30 años, era un tipo muy sociable en lo inmediato, pero sumamente introvertido en la profundidad de su sentir, eligiendo el silencio para nunca expresar preocupación, dolor, pesar o cualquier emoción que le pudiera causar incomodidad, al grado que se volvía hostil cuando le insistían. Y luego, después de días de silencio, guardándose sus sentimientos, llegaba tarde o temprano una nueva borrachera en la que sus ideas se descoyuntaban y sus expresiones eran exageradas, desde un papel de víctima y llenas de autoconmiseración y resentimientos.
Justo como en la película “Perversa Adicción”, en la que Zoe, la protagonista, se niega invariablemente a hablar de los traumas de su niñez, ante el miedo de destapar una serie de situaciones con las que posiblemente no podría lidiar y prefería refugiarse en la conducta sexual compulsiva, que a la postre le hacen perder todo lo que tenía en una vida aparentemente ideal que cualquiera hubiera deseado, pero que en su interior guardaba años de dolor y sufrimiento no expresados.
De igual forma en los capítulos de “Intervención”, el tragarse heridas o eventos traumáticos de la niñez y de la adolescencia, se convierten en el común denominador de estos adictos que terminan casi con todo su entorno hasta que son sometidos a un proceso de rehabilitación y logran expresar con asertividad, sin miedo y con guía terapéutica, lo que tanto dolor les ha causado y que inconscientemente a través de la adicción, buscaban una forma de morir lentamente, ante la incapacidad de poder enfrentar sufrimiento acumulado y una vida de muy baja autoestima y un sentido de abandono y rechazo permanente.
Quizás sea por eso que, en el acompañamiento terapéutico, la posibilidad de expresar esas historias dolorosas y la oportunidad de resignificarlas, representan la gran herramienta de hablar para vivir.
Para quienes aún en pleno siglo 21 tienen dudas del acompañamiento terapéutico, sin importar el enfoque y que suelen decir que no vale la pena pagar o acudir con especialista sólo para hablar y ser escuchados, valdría la pena reflexionar en que, no solo las adicciones pueden ser una consecuencia de elegir callarse por años, sino otras enfermedades físicas, en las que el cuerpo expresa lo que la persona decide silenciar.
En términos de biodescodificación suele pensarse que el cáncer es ira acumulada y reprimida, las enfermedades de la garganta son consecuencia de una comunicación bloqueada y la fibromialgia suele ser la salida que el sistema inmunológico le da a expresiones guardadas porque ponen a la persona entre la espada y la pared.
Que paradójico que algo que es tan innato al ser humano como la posibilidad de hablar para comunicarnos, pueda convertirse en un enemigo de la salud, cuando se elige el silencio y la represión emocional.
Por ello hoy queremos invitarte a reflexionar en la maravilla que significa hablar para vivir o, en otras palabras, no te lo tragues porque te hace daño. Sácalo, exprésalo, déjalo ir y date la oportunidad de abrazar una vida de amor y alegría en la salud integral. En tus manos está dejar atrás lo que te hace daño y reconstruir un camino mejor para ti y para los tuyos.
https://www.milenio.com/opinion/omar-cervantes/la-alegria-de-vivir/hablar-para-vivir
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