Pocas cosas peores para una metrópoli que normalizar lo aberrante, lo absurdo, lo hostil, lo errático. Cuando como habitantes de una urbe nos acostumbramos al bache, a la obra interminable, a la escasez de agua, a la ausencia de señales, a la suciedad, al deterioro del patrimonio, a la inundación, a la insuficiencia de espacios verdes y culturales, es que estamos perdiendo la batalla como ciudadanos. Una batalla que deberíamos librar para hacer más habitable nuestro “gran hogar”, nuestra metrópoli. Hace unos días, Hugo Macdonald, consultor creativo especializado en diseño y arquitectura y autor del libro “How to Live in the City” (Cómo vivir en la ciudad), publicó en El País Semanal un artículo titulado “Los diez mandamientos de la ciudad habitable”, en el que plasma las cualidades que debe tener una urbe para beneficio de sus pobladores. Más allá de los indicadores que abundan para medir la competitividad y calidad de los entornos urbanos, y desde una perspectiva del sentido común, Hugo Macdonald plantea que una ciudad habitable debe ser “verde, pública, doméstica, entrópica, densa, móvil, señalizada, culta, antigua y moderna a la vez y segura”. ¿Cuántos de estos adjetivos pudieran colgarse con facilidad a la metrópoli de La Laguna? Revisemos uno a uno.
“Una ciudad necesita pulmones para respirar”, dice Macdonald y agrega: “cuanto menos contacto tenemos con (la naturaleza), menos natural es nuestro comportamiento”. Las áreas verdes, los espacios arbolados, no son un lujo, son una necesidad básica de toda urbe. Sin embargo, en La Laguna estas zonas escasean. Se ha extendido la idea de que la Organización Mundial de la Salud recomienda entre 9 y 11 metros cuadrados (m2) de área verde por habitante (hab), pero no existe una referencia directa que lo confirme. Lo que podemos hacer es comparar a nuestra metrópoli con otras. Mientras aquí disponemos, según el Centro Mario Molina, de 3.29 m2/hab, en Mérida son 5.33 y en Sevilla, 11.27. Ambas son similares en tamaño a la metrópoli lagunera y la urbe andaluz tiene un clima cálido seco parecido al comarcano. Además de la cantidad, tenemos que hablar de la calidad de los espacios, que en esta región dejan mucho a desear.
El avance del espacio privado y la gradual desaparición del público hacen que las ciudades pierdan vida y sus habitantes se ahoguen, dice Macdonald. Se trata de un aspecto difícil de cuantificar, pero que es fácil de constatar con la observación. ¿Cómo están las calles y banquetas de nuestra metrópoli? ¿En qué estado se encuentran las plazas y parques públicos? La respuesta tiene sus matices dependiendo del remozamiento más reciente o la pavimentación más nueva. No obstante, en general la calidad del espacio público en la región es deficiente, con abundantes baches, camellones descuidados, banquetas destruidas cuando no inexistentes y plazas abandonadas. De acuerdo con datos del Instituto Municipal de Planeación (Implan), el rezago en pavimentación en la zona metropolitana aún es de 11 % y, según Inegi, el 19 % de las calles carece de acera, lo cual resulta injusto para los dos de cada 10 habitantes que realizan la mayor parte de sus traslados a pie.
“El mobiliario urbano puede transformar una calle, convirtiendo un paisaje hostil en un lugar acogedor”, comenta el consultor respecto a la cualidad doméstica de una urbe. Con todo y la modernización del alumbrado público llevada a cabo en toda la metrópoli, el rezago en este servicio alcanza casi el 6 %, según Inegi. Pero más allá de las estadísticas, ya que no contamos con datos para todo, podemos observar la falta de papeleros en los centros históricos, la ausencia de pintura en muchos cruces peatonales, la insuficiencia de áreas sombreadas y todo lo que tiene que ver con equipamiento urbano. Nuestras ciudades son poco acogedoras con clara tendencia a la hostilidad. Hay algunos corredores dotados de mobiliario, pero aún son la excepción y no la regla.
En vez de caminar hacia la entropía, entendida como la capacidad de una urbe para motivar el intercambio diverso y la conexión de espacios, nuestra metrópoli se ha adentrado en los últimos años en un proceso de desarticulación con rejas y murallas como sello. El modelo dominante de los nuevos desarrollos inmobiliarios es el de fraccionamientos cerrados, con accesos controlados, basados en la desconfianza y el temor, en lugar de la integración y la buena convivencia. A esta ola se ha sumado la creciente demanda del cierre de colonias antes abiertas y articuladas con el resto de la ciudad, y el despoblamiento gradual pero permanente de los centros urbanos. La ciudad se ha ido a la periferia, y en ese tránsito se ha disgregado en guetos. “Las ciudades avanzan cuando son lugares fértiles para un intercambio diversificado”, dice Hugo Macdonald.
La densidad es fundamental. Las urbes de baja densidad cuestan más para sus habitantes y gobiernos. Son, por lo tanto, más nocivas para el medio ambiente, ya que devoran recursos naturales y contaminan en cantidades sustancialmente mayores. Estudios de urbanistas establecen que la densidad recomendable para una ciudad está en un rango entre 120 y 350 habitantes por hectárea (hab/ha). La zona metropolitana de La Laguna tiene apenas una densidad de 54 hab/ha. Para darnos una idea de lo que esto implica, una investigación canadiense de 2006 comparó el consumo energético entre una metrópoli de 57 hab/ha, similar a la nuestra, y Toronto, que cuenta con 270 hab/ha. El resultado es contundente: la segunda, más densa que la primera, consume 37 % menos energía en construcción y 45 % menos en operación gubernamental, y el ahorro en transporte privado es del 73 % y del 70 % en transporte público. El modelo urbano de nuestra región simplemente es insostenible.
“Las ciudades más habitables facilitan el movimiento de sus habitantes”. Imposible no estar de acuerdo con Hugo: la movilidad es una de las cualidades urbanas más importantes. Y en eso también estamos rezagados. En una zona en donde el 14 % de la población trabaja en otro municipio y 43 % del total de habitantes son usuarios del transporte colectivo, público o privado -ambas cifras de Inegi-, llama mucho la atención que la inversión en transporte público apenas ronde el 10 % del gasto total del gobierno, de acuerdo con datos del Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco). Pero el presupuesto para movilidad no motorizada todavía es más bajo: 2 %, según el Instituto de Políticas para el Transporte y el Desarrollo (IPTD). Otro indicadores el número de víctimas de accidentes relacionados con el transporte; la tasa en esta región es de 241 por cada 100,000 habitantes, mientras que el promedio nacional es de 126 por cada 100,000, según Inegi.
La señalización es otro de los factores determinantes. “Una ciudad transitable es una ciudad que funciona“, dice el consultor. Al respecto, basta mencionar que este es otro de los rubros en los que la metrópoli se ha rezagado, con matices, claro, ya que la deficiencia no es generalizada a un mismo nivel: hay vías con señalética básica, mientras otras ni siquiera pintura tienen, aspecto que sin duda influye en el número de accidentes que se registran.
“Si la población es la savia de una ciudad, su cultura es el alma”. Las urbes deben contar con infraestructura y programas para cultivar a sus pobladores. Pero también aquí los datos nos dejan mal parados: según Conaculta, en La Laguna existen 13 espacios culturales por cada 100,000 habitantes, cuando el promedio nacional es de 200 por cada 100,000. Lo peor en este renglón es que la mayor parte del presupuesto cultural se ha gastado tradicionalmente en conciertos populares de dudosa calidad artística (Plácido Domingo obviamente es una excepción), y de claro corte clientelar, mientras que espacios como las bibliotecas públicas siguen en el abandono.
Macdonald sugiere que una ciudad debe ser antigua y moderna a la vez, es decir, debe reflejar en sus edificios las distintas capas culturales e históricas de su existencia. La juventud de nuestra metrópoli es un factor que juega en contra, por supuesto. No obstante, el escaso patrimonio histórico está descuidado. Un ejemplo de ello es Lerdo, la ciudad más antigua de la zona metropolitana, en donde de 1,500 inmuebles inscritos como patrimonio histórico en 1950, según el Implan, hoy solo quedan alrededor de 300. Gómez Palacio no cuenta con un inventario actualizado de edificios y en Torreón los inmuebles catalogados se encuentran en franco deterioro cuando no han sido demolidos.
Por último, una ciudad habitable debe ser una ciudad segura. Pero contrario a la visión que tenemos en La Laguna, y en todo México, la seguridad no es sinónimo de más armas, policías y cámaras de videovigilancia. La recomendación del consultor es valiosa: “diseñar entornos en los que la gente se sienta cómoda y bienvenida y donde pueda detenerse y pasar el rato es un factor disuasorio de la delincuencia mucho más humano que los alambres de púas y la televigilancia.” Hay que cambiar el paradigma, pues, lo cual no implica descuidar a las policías, sino colocarlas en su justa dimensión. En suma, tenemos que entender que no podemos seguir manteniendo un modelo de metrópoli que, en vez de hacerla más sostenible, la está volviendo más hostil, inconexa, intransitable y, en consecuencia, menos habitable.