Reza el refrán popular: “el que con leche se quema, hasta al jocoque le sopla”. En México, el flagelo de la inflación calcinó las entrañas de nuestro sistema financiero durante las crisis del siglo pasado. Hoy, a muchos años de distancia, las cicatrices siguen presentes.
Si bien es cierto que nunca alcanzamos los niveles hiperinflacionarios observados en Alemania después de la Primera Guerra Mundial, en donde el papel moneda llegó a valer más como combustible que como dinero, lo que sí pasó fue que nuestro peso perdió tanto su valor que tuvimos que quitarle tres ceros, porque las cifras ya no cabían en las máquinas registradoras.
Desde entonces, y con justa razón, la política monetaria del Banco Central ha estado exclusivamente dirigida a contener la inflación. Y es un objetivo loable, muy loable, pero no debe ser el único. Todos los maniqueísmos son perjudiciales.
La inflación es generada en gran medida por dos causas: la sobreoferta de dinero en la economía, es decir, cuando circula más moneda que la que es respaldada por la actividad económica; y una sobredemanda de bienes y servicios, con una oferta fija en el corto plazo, es decir, cuando hay mayor dinamismo y crecimiento económico.
Para evitar presiones inflacionarias, durante mucho tiempo Banxico ha aplicado una política monetaria restrictiva, manteniendo a raya el circulante. Y esto lo ha conseguido privilegiando las tasas de interés altas, sobre todo en el último año. Con ellas los inversionistas prefieren mantener sus recursos en una cuenta bancaria en lugar de invertir y generar empleos.
En estados como Coahuila, resentimos poco esta situación porque ofrecemos otras ventajas al inversionista como seguridad, paz laboral, mano de obra calificada, infraestructura adecuada, proveedores desarrollados y estado de derecho, pero el resto del país no corre con la misma suerte.
Creo que ya es tiempo de repensar el mandato del Banco de México y plantear la posibilidad de un doble objetivo: el inflacionario y el del crecimiento. Claro que es vital cuidar el valor adquistivo de la moneda, pero no es menos importante procurar la generación de empleos y el desarrollo económico. El jocoque ya está frío, que no nos de miedo quitarle la camisa de fuerza al crecimiento de nuestra economía.