Igualdad y libertad fueron, básicamente, los postulados que incendiaron el ánimo de los franceses a finales del siglo XVIII, dando paso a una revolución, origen del principio del régimen democrático que hoy los gobierna. Esos mismos ideales fueron la causa de guerras independentistas y liberadoras en otras partes del mundo, como sucedería en México un par de décadas después.
Robespierre y sus idealistas seguidores nunca ponderaron la posibilidad de coexistencia entre ambos objetivos. La teoría y la historia coinciden en que el binomio igualdad-libertad es de difícil realización, son metas excluyentes y contradictorias entre sí. Los norteamericanos fueron más realistas: la ideología de sus dos principales partidos políticos plasma claramente la diferencia para dar al electorado la oportunidad de elegir entre ambos valores.
Por ejemplo, los demócratas demandan una sociedad más equitativa; por lo tanto, proponen incrementos impositivos para sufragar programas sociales y asistencialistas, como lo hizo la administración de Obama; pero más impuestos significan menor libertad para que el contribuyente gaste su dinero como le plazca. Por el contrario, los republicanos prefieren mayor libertad económica para los individuos, aunque esto amplíe la brecha entre ricos y pobres.
Todavía se encuentra de pie, a cien metros del Kremlin, el “Hotel Moscú”, construido durante los años más álgidos de la Dictadura del Proletariado. La obra pretendía ensalzar la supremacía socialista y ser un derroche de belleza arquitectónica. Terminó convertida en un adefesio por sus diseños completamente diferentes en ambas mitades de la fachada principal.
¿La razón? A Stalin le presentaron dos proyectos arquitectónicos y por alguna circunstancia desconocida (un descuido quizá) plasmó su firma de autorización en ambos. Como nadie se atrevía a cuestionarlo o contradecirlo, so pena de terminar en un campo de concentración siberiano, entonces construyeron el Hotel mitad con base en un proyecto y mitad en el otro. De ese tamaño era el miedo al caudillo y, por lo tanto, la opresión de una sociedad, eso sí, muy igualitaria.
En contraste, en los países muy liberales, con grandes diferencias sociales, es común el ataque y la falta de respeto a los gobernantes.
En México se aproximan épocas electorales. Permanezcamos muy atentos. Desconfiemos de quienes nos ofrezcan alcanzar a plenitud ambos ideales. Lo correcto es hablar con la verdad y proponer puntos medios realizables. No binomios utópicos.