“Huachicol”, singular palabra de uso cotidiano que hasta hace algunos meses era desconocida en muchos sectores de nuestra sociedad, hoy día se hace presente en la mayoría de los medios electrónicos y escritos, para hacer referencia a un nuevo flagelo: el robo de combustible, principalmente de los ductos de Pemex.
De hecho, el vocablo no existe en el Diccionario de la Lengua Española, pero, como muchos otros, se ha popularizado y se encuentra ya muy generalizado en la jerga ordinaria del pueblo mexicano.
La palabra huachicol se utiliza, en su acepción original, para hacer referencia a las bebidas alcohólicas adulteradas que, por un deficiente proceso de fermentación y destilación, representan un gran peligro para la salud de quien las consumen.
Con el tiempo, empezó a emplearse para referirse a todo tipo de licores, adulterados o no.
Bautizar actividades ilegales con palabras elocuentes y floridas no es una práctica nueva. Ahí tenemos la actividad del “burrero”, aquél destinado a transportar la droga al norte del Río Bravo; o la del “pollero”, encargado de llevar indocumentados al mismo destino.
La fauna delincuencial, en el argot popular, la complementan el “coyote”, quien funge como intermediario abusando de una posición de poder; el “chacal”, el que abusa de menores, y la “rata”, un ladrón común, entre otros.
El problema no es tanto el nombre o el origen de dicha ocupación, sino su socialización e institucionalización. Cuando a la actividad se le asigna un patronazgo celestial y un corrido, malo el asunto. Los delincuentes ligados a esa labor ya veneran a un Santo Niño Huachicolero en sus plegarias y cantan la Cumba del Huachicol en sus fiestas.
Apología del delito en su más descarnada expresión.
El mercado negro generado por el robo de combustible, ha repuntado enormemente por la liberación de los precios de las gasolinas, potenciando este dañino ilícito. Comunidades enteras viven de dicha actividad, insertadas en una red gigantesca de complicidades y corrupción.
Lo peor que podemos hacer como sociedad es permanecer pasivos y permitir que esta deplorable actividad forme parte de nuestras vidas, y siga corroyendo los fundamentos esenciales de nuestro estado de derecho.
Estamos a tiempo de impedirlo.