En medio de este campo de higueras
la cúpula blanqueada resucita
la historia de Bizancio sin oro, sin mosaicos,
íntimo y campesino.
La veladora tiembla y deshace los rasgos
de un San Antonio adusto.
La viejecita inclina
la cabeza de humo,
los gólgotas le cruzan
el pecho desolado.
Un San Antonio pálido
y ningún pantocrátor.
La iglesia entre higueras
y su cúpula blanca
son un punto perdido,
una voz silenciosa,
un camino truncado,
un rezo y un olvido.