Hace poco llegó a mis cuentas de redes sociales un video del presidente Trump jugando golf, con su carrito estacionado sobre el “green” y a pocos metros del hoyo. Aunque el golf es un deporte practicado por muchos mandatarios como sano esparcimiento, esa imagen dice mucho más de lo aparente.
“El golf es un juego de caballeros”, aseguran los clásicos; sí lo es, pero no en la acepción misógina del término, pues muchas damas practican este deporte. Tampoco debe referirse a una concepción de status social, ya que si bien es una actividad cara en México, en otros países es accesible para las mayorías. De lo que sí estoy seguro es del sentido ético y moral de la frase.
El golf saca a flote el verdadero ser de las personas. Dice un adagio: “Si quieres conocer a alguien, dale poder”. Yo propongo una fórmula más simple y menos arriesgada: “Llévalo a jugar golf”.
En este juego cada quien cuenta sus golpes. Depende de la conciencia individual si se hace trampa o no, sobre todo cuando la bola sale fuera del “fairway” y es necesario ejecutar tiros complejos, ocultos a la vista de los demás. Sin embargo, la honestidad, o falta de ella, no es la única virtud puesta de manifiesto en el golf.
Un “swing” calmado y elegante es característico de individuos organizados y sofisticados; mientras que uno desgarbado y precipitado refleja personalidades desordenadas e inconsistentes. Los golpes conservadores y a la segura son propios de personas aversas al riesgo, mientras los osados son característicos de aventureros y audaces.
Quienes practican de manera profesional este deporte saben que siempre se juega contra dos rivales: el campo y uno mismo. Cada campo es diferente, pero el jugador siempre es el mismo.
Y aunque no hay campo igual, todos juegan con las mismas reglas. Una de ellas prohíbe tajantemente introducir los carritos al green, por lo delicado de esta superficie donde se realizan los tiros finales. La imagen de Trump, violando flagrantemente esta norma, desnuda su verdadera personalidad.
Ese desprecio evidente a las reglas es una clara muestra del nulo respeto que siente y tiene hacia los códigos y preceptos, actitud que nuestros negociadores deberán tomar muy en cuenta a la hora de decidir la nueva etapa de relaciones comerciales con EUA para evitar desagradables sorpresas.