Ceñudo y calenturiento
sacudo la frente fiera,
cómo si así consiguiera
arrojar el pensamiento.
Pero altivo en mi tormento
miro el tiempo que pasó,
que las faltas en que yo,
frágil como hombre, incurrí,
podrán afligirme, sí;
pero avergonzarme, no.
Dicen que todo mortal,
hasta el que lleva la palma,
es, por fallo de su alma,
un condenado al dogal.
Mas no tiene suerte igual
la púrpura y el andrajo:
cuando el culpable no es bajo,
es menos vil su sentencia.
Por eso yo en mi conciencia
reclamo el hacha y el tajo.