“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos”: Antonio Machado.
Tres eventos paralizaron la ciudad de México el sábado por la tarde: Las peregrinaciones de los fieles devotos de San Judas Tadeo, los fanáticos a la F-1 del Gran Premio de México y el tradicional desfile del Día de Muertos.
Cientos de miles de mexicanos se volcaron a este último evento y abarrotaron las calles aledañas al Paseo de la Reforma, Bellas Artes y el Zócalo; familias completas en busca de un espacio para ver pasar los carros alegóricos, tripulados no por brujas, calabazas o vampiros, sino por calaveras y catrinas.
Fusión perfecta entre la diosa precolombina de la muerte “Mictecacíhuatl”, la picardía mexicana y la inventiva creativa de José Guadalupe Posadas, la catrina se ha convertido en un ícono de identidad y unidad nacionales que traspasa fronteras.
Lejos de ser una fecha de duelo y de guardar, esta efeméride es motivo de fiesta y de júbilo para los mexicanos. Cierto, a lo largo y ancho del país las celebraciones varían ampliamente en formas y estilos, pero no en pasión e intensidad. Los altares de difuntos, las calaveras de azúcar y el pan de muerto son símbolos mexicanos, no exclusividad regional.
En pleno Siglo XXI la ciencia reporta avances impresionantes y ha respondido preguntas imposibles de contestar antaño. Pero una sigue sin resolver: ¿Qué hay más allá de la muerte? Las religiones, instituciones milenarias que reclaman para sí el monopolio de la verdad, ofrecen una amplia gama de respuestas basadas en la fe, sin otro sustento.
La incertidumbre es la madre del miedo, sentimiento que el mexicano no puede darse el lujo de aceptar. Todo lo contrario: los descendientes de Cuauhtémoc, Hidalgo, Juárez y Villa, herederos de una estirpe de valientes, no le tememos a la muerte. La hemos internalizado en nuestra cultura, transformándola en motivo de alegría y hasta de mofa.
Junto con las fiestas patrias y las decembrinas, debemos celebrar con igual ímpetu la del 2 de noviembre, no solamente para honrar a nuestros seres queridos que ya se fueron sino también para afianzar y fortalecer nuestros valores, nuestra cultura y, sobre todo, nuestra identidad.
Nada tengo en contra del Halloween, el Santo Clós ni de las costumbres anglosajonas, consecuencias de una inevitable integración cultural, aparejada de la comercial con nuestro vecino del norte. Esas prácticas podemos sobrellevarlas, siempre y cuando no olvidemos nuestros orígenes, tengamos muy claras nuestras prioridades, y cultivemos en nuestros hijos el amor a México y a sus tradiciones.