«¿Por qué ayudamos a los demás?» ¿Alguna vez se han hecho esta pregunta? El altruismo ha intrigado por décadas a los científicos más renombrados de diferentes esferas. Si ahondamos en revistas académicas, son muchas las áreas que han llegado a conclusiones asombrosas. Pero, ¿de qué se trata realmente esta capacidad? Otra vez nuestro cerebro tiene algo para decirnos. ¡Vamos!
Desde que la pandemia se instaló en nuestros países, he sido testigo de muchos actos solidarios y desinteresados por parte de innumerables personas (a pesar de que las cadenas de noticias concentren gran parte de su contenido en los hechos negativos asociados al coronavirus): profesores que hacen hasta lo imposible para que sus estudiantes puedan recibir las clases; instituciones educativas que diseñan y liberan cursos gratuitos; personal sanitario que se desvive por atender a sus pacientes aunque estén arriesgando sus vidas; psicoterapeutas que reciben, sin costo, a las personas afectadas por este duro golpe; vecinos que recaudan dinero para donarlo a las casas que más lo necesitan; y amigos que les llevan las compras a quienes no pueden salir de sus casas. Parece ser cierto que, en los momentos más difíciles, muchos de nosotros sacamos a relucir esas cualidades grandiosas que caracterizan a la humanidad —claro está que, también, tenemos defectos—. Pero se han puesto a pensar qué es lo que nos hace ser solidarios. ¿Por qué, incluso en las situaciones más desfavorables, algunas personas arriesgan su propio bienestar para ayudar a los demás? ¿Será que nuestro cerebro tiene la respuesta «otra vez»?
El altruismo: un comportamiento social más allá del auto-beneficio
La solidaridad, desde la neurociencia y la psicología, hace referencia al concepto de altruismo, aquella motivación que sentimos por actuar en beneficio del bienestar de otra persona1,2. Desde la biología, inclusive, este tipo de comportamiento disminuye nuestra adaptación genética, mientras incrementa la adaptación del beneficiario3. Es decir, a todas luces, si lo vemos desde el punto de vista de la supervivencia, el altruismo no nos conviene. Entonces, ¿por qué continúa siendo el principio rector de todo lo que hacemos?
Aunque siempre hemos dicho que es un atributo que nos caracteriza como especie, no somos la única que muestra conductas altruistas4. Por ejemplo, se ha observado cómo los delfines se ayudan entre ellos cuando se encuentran atrapados en redes de pesca5 y de qué manera los elefantes brindan apoyo si ven a otros elefantes con debilidad para pararse6. Si retrocedemos un poco en el tiempo, en 1964, se publicó una investigación en la revista American Journal of Psychiatry que demostró que los monos rechazan la comida si al acto de comer le acompaña una descarga eléctrica dirigida a otro mono7. En humanos, por otra parte, se ha recabado evidencia sorprendente: infantes de 14 a 18 meses de edad ayudan a otros bebés a tomar objetos lejanos y a abrir cajones sin la recompensa de un adulto8. ¿Puede ser que el altruismo sea una capacidad innata?
Si hablamos de altruismo, hablamos de tres redes cerebrales en particular1: la red de mentalización (corteza prefrontal medial y unión temporoparietal ), el circuito de recompensa (área ventral tegmental , cuerpo estriado, núcleo accumbens y corteza cingulada anterior ) y la red de respuesta emocional (corteza prefrontal dorsolateral , ínsula y amígdala) (ver Figura 1).
En primer lugar, las estructuras implicadas en la red de mentalización se encargan de considerar las emociones y los pensamientos de los demás, es decir, nos ayudan a empatizar9-11. En segundo lugar, dentro del circuito de recompensa, la ACC anticipa las recompensas asociadas a las conductas altruistas12,13 (por ejemplo, sentirse bien con uno mismo) y el cuerpo estriado, el NAcc y el VTA se ocupan de la producción y liberación de dopamina, neurotransmisor del placer14,15. Sin embargo, el estriado también reconoce potenciales recompensas16. En tercer lugar, la red de respuesta emocional regula nuestra atención (DLPFC), identifica (DLPFC) y reacciona (amígdala) a los estímulos emocionales17,18, y responde con sensación de disgusto o dolor (ínsula) cuando vemos sufrir a otra persona o decidimos de forma egoísta.
Si analizamos con detenimiento esta información, todo parece apuntar a que estamos «cerebralmente cableados» para ser solidarios y altruistas. Está en nuestra propia biología ayudar a las demás personas aun a costa de posibles riesgos. Y aunque no llevamos esta cualidad en nuestras venas, sí podemos decir que está inscrita y tallada con cincel en el diseño de nuestro cerebro.