El plantón de Reforma en 2006 tuvo un costo elevadísimo para el país. Entre otras consecuencias negativas, se perdieron 3 mil empleos y se cerraron decenas de negocios; las pérdidas económicas se estiman en más de 7 mil millones de pesos. Andrés Manuel jamás reconoció que se trató de un error, no se disculpó con las víctimas ni se responsabilizó de los daños que causó con su ofuscación, ante un supuesto fraude del que jamás presentó prueba alguna. Años antes, en 1996 en Tabasco, encabezó una protesta que implicó la toma de pozos petroleros de Pemex por 12 días.
El costo estimado de aquella acción fue de 63 millones de pesos, de acuerdo con la denuncia que el gobierno federal interpuso contra él, hoy, redentor de los corruptos y los violentos. Por supuesto, tampoco se hizo responsable de los daños ocasionados. Ambos actos muestran a AMLO tal cual es: alguien dispuesto a imponer su voluntad a costa de lo que sea, sin importar las consecuencias negativas de sus actos, de los que jamás se hace responsable.
Y aunque le pese a sus seguidores, esa es también en el fondo la razón por la que creó su propio partido, para que nadie lo contradiga ni nadie le haga sombra, al estilo fiel de Hugo Chávez. Actualmente, es obvio que prepara un nuevo plan de sabotaje, haciendo creer a sus seguidores que nadie le puede ganar si no es con trampas. En la medida que Ricardo Anaya siga creciendo en las encuestas y observe la posibilidad de perder por tercera ocasión la elección presidencial, el discurso de AMLO en torno al fraude se irá fortaleciendo, tratando de presionar y chantajear a las instituciones, a las que no le importa seguir debilitando.
Los daños que ocasione López Obrador, como siempre, otros los pagarán; él no se responsabilizará por nada porque nunca se ha hecho responsable de nada. Esa es su historia, su manera de entender el mundo, de vivir de la política y de servirse del poder. La democracia según Andrés Manuel sólo existe si el elegido es él.
Face: marcelotorresc / Tuitter: @marcelotorresc