En México no podemos ignorar que la conciencia sobre la equidad de género ha avanzado, muchas de esas mejoras las hemos vivido personalmente; pero no se puede ignorar que los riesgos son muy grandes y que pasan desapercibidos para la mayoría de la gente, incluso para las mujeres, quienes los ven como “naturales”.
Hay muchas cosas escondidas en las mismas leyes, por ejemplo, en la seguridad social, la mujer no podía cubrir al esposo con su seguridad; en el retiro del empleo, el número se semanas necesarias para alcanzarlo, es igual para hombres que para las mujeres y no se toma en cuenta que la carrera femenina tiene más intermitencias por la maternidad, el cuidado de los hijos u otros familiares y es que cuando la ley laboral se emitió se hizo con la mirada masculina de entonces.
Un ejemplo, según el Atlas de Género del Inegi, las mujeres trabajan 500 horas más a la semana en la que el total sería 3,032 horas contra 2,500 horas de los hombres, ellas trabajan para ganar un salario y realizan labores en la casa además de cuidar a sus familiares, según el mismo Atlas el trabajo femenino en el hogar que no es remunerado, representa el 24 por ciento del valor del PIB.
El cuidado a otros y del hogar que queda bajo la responsabilidad de las mujeres no es reconocido no es valorado ni socialmente apreciado, la doble o triple jornada es invisible, ignorada, hay ahí una discriminación milenaria de una sociedad que sigue siendo patriarcal, pese al discurso de la equidad de género.
El ingreso de las mujeres al mundo industrializado, situación que se presentó sobre todo en el norte de México con las maquiladoras, ha generado una realidad, podríamos decir terrorífica, las mujeres se volvieron jefas de hogar con hijos, lo que dio lugar a una nueva estructura familiar en donde los niños son descuidados, están prácticamente solos, así que se asignaron a las mujeres nuevos roles, pero los gobiernos fueron incapaces de prever los servicios de apoyo y cuidado a los niños y ancianos, no hay guarderías, no hay hospicios, lo que ha generado una gran cantidad de riesgos y accidentes para los que no hay atención.
Curiosamente, la pretendida reforma educativa en la que el último viernes del mes los niños no asisten a la escuela, viene a complicar la situación de muchos hogares pobres donde las madres salen a trabajar y no tienen apoyo de la abuela o la vecina que cuide a los niños.
Lo que se ve es que no sólo es la economía la que no paga con equidad a las mujeres sino que las instituciones no están diseñadas para este cambio civilizatorio que es la presencia femenina en todos los planos, pero es claro que el Estado evade asumir papel alguno en el cuidado de los infantes o en todo caso su responsabilidad ha sido absolutamente insuficiente para la dimensión de la problemática de las familias de las trabajadoras y aún las que cuentan con el padre.
Hay una visión cultural que sigue viendo a las mujeres como encargadas del hogar y al hombre como proveedor, por ello la falta de instituciones o la irresponsabilidad del Estado (no hay recursos) para desplegarlas.
Por supuesto que no podemos caer en el reduccionismo de que el problema es sólo cultural, aunque lo es, ahí se ven involucrados problemas de salud, de educación, del uso del tiempo libre, de transporte público, en síntesis podemos concluir en que hay un déficit institucional que compone un verdadero laberinto y que conlleva enormes agresiones contra las mujeres.