Las familias, en cualquiera de sus estructuras actuales, son espacios primordiales, ya que constituyen la base en la construcción de la identidad, la autoestima y los esquemas de convivencia social; es donde las personas comienzan a descubrir el mundo, a relacionarse, a interactuar con el entorno y a desarrollarse como personas sociales.
El mejor lugar en que pueden vivir niñas, niños y adolescentes es en una familia, en la que experimenten una constante sensación de seguridad, protección, cuidados y la confianza para encontrar apoyo al interior y fuera de esta.
Es por ello que las familias deben promover el desarrollo y la educación de sus integrantes bajo un marco de valores que les permita respetar las diferencias en su proceso de crecimiento hasta convertirse en personas adultas con los recursos, habilidades y valores necesarios para que puedan enfrentar con éxito los retos de la vida.
La promoción de los valores se da de múltiples maneras y por vías diversas: de madres y padres a hijas e hijos, de profesores a alumnos, entre amigas y amigos, en general de persona a persona y de persona a un grupo.
Todas las personas sociales asumen valores, nadie puede vivir en este mundo sin valorar y preferir permanentemente distintos aspectos o situaciones de interés particular y de bienestar de la familia a la que se pertenece.
El valor de las familias reside en su capacidad de formar hogares que protegen a sus integrantes, casas con cimientos fuertes donde se comunican valores, ideas, creencias, sentimientos y costumbres.
Valores como el amor hacia las niñas, niños y adolescentes, el respeto como personas únicas e irrepetibles y con derechos, a quienes se les da un trato digno y se acompaña en su desarrollo físico, emocional, psicológico y social, bases para que construyan sus propios caminos con seguridad, confianza y certeza.
Las familias son el espacio en donde niñas, niños y adolescentes, durante su proceso de crecimiento, desarrollan la capacidad de mirarse, la confianza en sí mismos y en el entorno; ponderan sus logros, entienden el sentimiento de competencia, las estrategias para afrontar y resolver los problemas, aprenden a regular sus impulsos y emociones, y a confiar en las decisiones que tomen en la vida con sus riesgos y consecuencias, pero sobre todo, a sobreponerse y recuperarse de una crisis o situación adversa.
El valor de las familias también implica que madres, padres y personas adultas protectoras asuman la importante tarea de preparar a sus hijas e hijos para cada día para ser mejores, reconocer sus habilidades, actitudes, buenos tratos; esforzarse por fortalecer aquellas capacidades, hábitos, destrezas y formas de conocer e interpretar el mundo de cada integrante, donde la violencia no tiene cabida.
Las familias que valoran a sus integrantes se interesan por ser escuchados y escuchar a los demás, tienen la libertad de comunicar lo que sienten, toman en cuenta las ideas y necesidades de todos, se demuestran abiertamente el afecto, así como el dolor y las diferencias de pensamiento, se comprometen a dar atención y reconocimiento a los demás, pero sobre todo, las familias que aman, el mensaje que transmiten es que la vida de las personas, el respeto a sus derechos y sentimientos humanos, son lo más valioso.
En las familias donde se brinda amor, se enseñan valores, se promueven normas y límites y se establece una comunicación funcional, hijas e hijos desarrollarán las habilidades de protección y de buen trato que les permitirán enfrentar los riesgos y salir adelante, siempre con fortaleza.
Si se educa en el amor y en el respeto a todas y todos, con base en la dignidad, la comprensión y la aceptación, las niñas, niños y adolescentes serán personas adultas responsables, libres y autónomas, con una mayor capacidad de disfrute de la existencia y eso, sin duda, lo legarán a sus hijas e hijos.