Más de 750 millones de personas carecen de acceso al agua potable y casi dos millones fallecen cada año por razones relacionadas con este problema. Y las previsiones son mucho más alarmantes. En 2030, la demanda de agua será un 40 por ciento mayor que ahora por el aumento de la población. Si no se hace nada, la guerra del agua será el próximo conflicto planetario.
Los tejados de Amán son un inmenso mar de depósitos de plástico. Acumulan miles de litros de agua en una ciudad donde los cortes del suministro son constantes y nunca se sabe qué día o a qué hora volverá a salir agua del grifo.
Algunos barrios viven prácticamente sin ella. No tienen para limpiar los platos o la ropa, para ducharse y, a veces, ni siquiera para cocinar.
En algunas mezquitas, los imanes ya predican en sus sermones sobre la necesidad de ahorrar hasta la última gota y, acuciados por la escasez, los granjeros jordanos riegan sus cultivos con agua salada echando a perder sus tierras para siempre. Y eso que un jordano apenas utiliza 90 metros cúbicos de agua al año, uno de los consumos per cápita más bajos del mundo, que solo representa un 3 por ciento del agua que usa el norteamericano medio.
La presión poblacional
Por su situación geográfica, Jordania nunca había tenido demasiada agua, pero siempre había sido suficiente para abastecer a una población relativamente pequeña. Sin embargo, la presión migratoria ha convertido la escasez en una auténtica crisis de Estado. Primero, fueron los refugiados palestinos y, más tarde, los libaneses, iraquíes y sirios que huían de la inestabilidad y la guerra en sus países. Y el problema, que ya está creando tensiones entre las comunidades de refugiados y los jordanos, va a más cada día que pasa. Además, la tasa de fertilidad (cada mujer tiene 3,8 niños de media) añade otro enorme desafío al problema. Un solo dato elocuente: las previsiones poblacionales para 2035 se alcanzaron en 2015.
Y los recursos están prácticamente agotados. El río Jordán, el único navegable del país, está exhausto y lleno de excrementos, y los acuíferos más importantes han sido prácticamente vaciados. Además, la construcción de presas en Siria ha disminuido el cauce de ríos como el Yarmouk, el mayor afluente del Jordán, en un 60 por ciento.
Un escenario “Mad Max”
No es un caso aislado… Lo mismo le ocurre al Nilo con las presas que se construyen en Etiopía o al Mekong, en Asia. En China, por ejemplo, el 35 por ciento de sus pozos están secos y algunos de los ríos más importantes están tan contaminados que su suministro se ha convertido en un riesgo para la salud pública. Por eso, aunque Jordania podría convertirse en el primer país en quedarse virtualmente sin agua, lo más probable es que no sea el único. Su caso resulta paradigmático y sirve para prever los desafíos a los que se enfrenta una sociedad de cuyos grifos ya no emana el recurso natural más imprescindible para el ser humano.
Puede sonar a previsión apocalíptica o al futuro distópico de películas como Mad Max, pero la realidad es que la escasez de agua ni siquiera es un problema del futuro: ya hay más de 750 millones de personas en el mundo que carecen de acceso al agua potable y casi dos millones fallecen cada año por razones relacionadas con este problema.
Pero las previsiones son aún más alarmantes. Según la Organización Meteorológica Mundial, en 2025 dos de cada tres personas en el planeta sufrirán restricciones en su suministro de agua. Y según las Naciones Unidas, en 2050 una de cada cuatro personas vivirá en un país con un problema crónico de escasez.
El consumo incontrolado
Y las soluciones no son sencillas. Para empezar, porque el 97 por ciento del agua del planeta es salada. A eso hay que sumar las grandes cantidades de agua dulce retenidas en glaciares, placas de hielo polares y acuíferos subterráneos. Por eso, su explotación no es un negocio sencillo. Y el cambio climático solo complica más las cosas. Se prevé, por ejemplo, que la distribución de las precipitaciones varíe significativamente en las próximas décadas. En algunas zonas, como al norte de los Alpes, lloverá demasiado, mientras en otras, como la cuenca del Mediterráneo, se espera que las sequías cada vez sean más frecuentes y prolongadas.
La economía global tampoco está pensada para la gestión sostenible de este recurso. Al contrario. Necesitamos agua para todo. «El crecimiento económico es un negocio sorprendentemente sediento», decía un informe reciente del Banco Mundial. Mientras el consumo doméstico y humano representa una pequeña parte del gasto, la industria y, sobre todo, el sector agrícola y ganadero necesitan cantidades ingentes para garantizar su subsistencia. Y nuestra dieta es uno de los principales problemas. En concreto, nuestro consumo de carne requiere cultivar soja, maíz o trigo para alimentar al ganado, con el consiguiente consumo masivo en regadío. Y todo es susceptible de empeorar. El Foro Económico Mundial calcula que en 2030 la demanda de agua será un 40 por ciento más alta que en la actualidad debido, entre otras cosas, al rápido aumento de la población mundial. Se espera que eso afecte directamente al precio de los alimentos y que la crisis del agua termine derivando en una gran crisis económica.
Cultivar sin agua
No es que no existan soluciones, pero su implementación a gran escala no es sencilla. Los científicos han desarrollado tapones de botella con filtros nanométricos que logran limpiar de virus, bacterias y contaminantes el agua sucia convirtiéndola en potable y que ya se han utilizado con éxito en países en vías de desarrollo. Otra solución, quizá la más conocida de todas, es la desalinización, pero eso no quiere decir que sea una alternativa exenta de problemas.
Convertir en dulce el agua salada supone revertir el proceso de ósmosis natural y eso requiere utilizar grandes cantidades de energía. Por eso, para que resulte una alternativa realmente viable sería necesario producir energía más barata o lograr que el proceso de desalinización sea más eficiente. Aunque quizá la solución más sencilla y razonable de todas sea administrar los recursos disponibles de una manera más eficaz y sostenible. Y eso quiere decir contaminar menos y reutilizar más, concienciar sobre el consumo, controlar la natalidad, desarrollar mejores sistemas de conservación y captación de agua o mejorar los sistemas de riego y las prácticas agrícolas… El Sahara Forest Project propone, por ejemplo, sacar agua del mar Rojo, desalinizarla utilizando tecnología que funciona con energía solar y utilizarla en invernaderos. Según Newsweek, este proyecto espera cosechar 130 toneladas de vegetales al año sin agua y sin lluvia. Pero también hay que prestar atención a las infraestructuras. Las fugas por tuberías en malas condiciones suponen pérdidas de miles de millones de metros cúbicos de agua en los países en desarrollo.
Aun así, todo requiere dinero y países como Jordania no lo tienen. De hecho, desde el año 2000, solo Estados Unidos ha invertido 800 millones de dólares en el país en proyectos relacionados con el agua. Y luego está el precio del agua, una variable tan importante como controvertida. Para muchos expertos, elevar su coste puede ser la medida más efectiva para atajar el problema y, según la OCDE, podría reducir los residuos y la contaminación.
Un recurso estratégico
Como ya ocurriera con el petróleo, el agua se ha convertido en el recurso estratégico más importante del siglo XXI. Por eso, la explotación de los acuíferos, un negocio del que también participan algunas empresas privadas, se ha convertido en un foco de tensiones en todo el mundo. “El agua, la paz y la seguridad están inextricablemente unidas. Sin una gestión eficaz de nuestros recursos hídricos, corremos el riesgo de intensificar las disputas entre comunidades y sectores y aumentar las tensiones entre las naciones”, ha dicho António Guterres, secretario general de la ONU. De hecho, según el organismo, existen 300 zonas en el mundo con conflictos abiertos alrededor de este recurso. Y los propios servicios de inteligencia americanos no descartan que, en el futuro, la crisis en torno al agua dé lugar a conflictos armados y a la proliferación de acciones terroristas. En los últimos años, el Estado Islámico, por ejemplo, ha tratado de utilizar los ríos y presas de Siria e Irak para consolidar su poder la zona y, en ocasiones, han perpetrado ataques contra las infraestructuras hídricas de ambos países. Por eso, nadie discute que la crisis del agua es uno de los desafíos más importantes del siglo XXI. Ya lo advirtió, hace más de medio siglo, John F. Kennedy: “Quien sea capaz de resolver los problemas del agua, será merecedor de dos premios Nobel. Uno por la ciencia y el otro por la paz”.
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