En uno más de sus ya tradicionales arrebatos irracionales, Trump impuso una cuota compensatoria al acero y al aluminio de origen mexicano, canadiense y europeo. Ya lo había hecho antes con China, en su insana obsesión de reducir el déficit comercial con el gigante asiático.
La decisión tiene cinco afiladas aristas. Unilateral. Tramposa. Desafortunada. Torpe. Peligrosa.
Unilateral, porque no consideró la opinión de sus socios comerciales ni obtuvo la aprobación de su Congreso. Es más, no creo siquiera haya escuchado las recomendaciones de sus asesores en la materia.
Tramposa, porque para aplicarla Trump invocó el argumento de seguridad nacional y una ley que le permite imponer aranceles sin solicitar autorización del Legislativo, por considerarse víctimas de importaciones desleales. Cuando menos para México, ese argumento es a todas luces falso: el acero ni el aluminio mexicanos se subsidian.
Desafortunada, por los tiempos: Una agresión de esta naturaleza a los socios con quienes se mantiene vigente la negociación del Tratado del Libre Comercio enrarece el ambiente y envía señales hostiles por demás evidentes.
Torpe, porque los principales afectados serán los productores y los consumidores norteamericanos.
Los primeros, porque Estados Unidos mantiene un superávit con México al vendernos más de lo que importa. En consecuencia, la medida nos obliga a ser recíprocos en la imposición de aranceles a la importación, afectando a sus productores.
Los segundos, porque tendrán que pagar un precio más caro por el acero y el aluminio, 25 y 10 por ciento, respectivamente. Por supuesto que esto elevará el precio de los productos que utilicen cualquiera de estos metales como insumo e impactará en su inflación.
Peligrosa, porque puede desencadenar una guerra comercial sin precedentes. Quien recibe un misil en la línea de flotación de su economía, lanzado con premeditación, alevosía y ventaja, debe responder con armas de igual o superior intensidad. Por ello, los países agraviados, como México, ya anunciaron medidas impositivas similares.
De convertirse la estúpida medida proteccionista de Trump en una espiral arancelaria, el efecto distorsionador en la economía mundial sería enorme. ¡Todos estaríamos peor! Se perdería eficiencia productiva y comercial, y, peor aún, el optimismo y la buena fe en las relaciones internacionales, base de la convivencia pacífica entre las naciones.
Y esto, nada más para empezar.