Carecer de certezas es inquietante, saber que mañana puedo no tener ingresos provoca intranquilidad, temer por la seguridad física de algún familiar puede resultar angustiante, igualmente, que la vida cotidiana dé un vuelco en la dimensión del que ha dado a causa de la propagación de Covid-19 resultar terrible y más si ello comprende la suspensión laboral y la necesidad de permanecer en casa puede ser trágico, mas cuando toda la sociedad se detiene a fin de prevenir el contagio.
El shock ante la posibilidad de la muerte y el desempleo siembran y propagan el desasosiego y no es para menos en un país en el que la pobreza y la desigualdad son elementos centrales para ser más vulnerables ante la desinformación sobre el virus, ya que el 60 por ciento de la población económicamente activa en México labora en el sector informal y si no trabaja no come, por lo que tenemos que repensar nuestra solidaridad, sororidad y relaciones cotidianas.
La tentación de recurrir al estado de excepción ante el no acatamiento de las personas a aislarse se ha presentado ya en Europa y Asia y lo han planteado algunos como posibilidad en México, aunque ha sido categóricamente rechazado por las autoridades federales, impensable aceptarlo, las garantías individuales quedan intactas.
El Covid-19 saltó de Asia a Europa y luego a América y sus estragos han sido fatídicos, algunos preguntan cuándo regresaremos a la normalidad, me parece que la normalidad que se fraguó en el Renacimiento y con la Revolución Francesa, las guerras mundiales del siglo pasado y las dos décadas actuales ya no será.
¿Cómo será el mundo cuando salgamos de nuestras casas y el coronavirus esté, por decirlo de algún modo, controlado? para finales de 2020 el mundo estará afrontando un cambio social, económico y político de dimensiones desconocidas, a quién le tocará reconstruir el planeta, yo espero ser parte de los equipos de reconstrucción, de ser así sacaremos la bandera del mundo y se diluirán las fronteras (se vale soñar).
Somos más espectadores de lo que ya éramos, con una pasividad que desborda la razón acorralados en la incertidumbre. Estamos ante el temor, la paranoia y el pánico.
La disrupción ofrecerá la oportunidad de replantear algunas aspiraciones de la sociedad mexicana, aunque será tarea del Estado emitir las normas para el regreso gradual a las actividades cotidianas.
El gobierno federal, los gobiernos locales y municipales enfrentan enormes retos, aunque también la población entera, los desafíos son de todos, es una etapa crítica que no admite irresponsabilidad ni desentendimiento, por lo pronto hay que cumplir lo más estrictamente posible con el confinamiento en aras de la salud pública, pero colaborar en la medida de lo posible con quienes menos tienen.
En lo que va del año, las autoridades sanitarias han estado al tanto del avance y propagación del Covid-19 en el mundo así como de su irrupción en México, la información ha fluido, aunque hay zonas vulnerables, con toda precisión en conferencia de prensa se da cuenta de la evolución de la pandemia y los medios de comunicación difunden hora tras hora los hechos derivados de la emergencia sanitaria.
Posdata
Celebro que el INE esté considerando y valorando la cancelación de los comicios de este año, sería una sabia decisión dado el aislamiento ciudadano que impediría en primer lugar reclutar funcionarios de casilla y sin ellos no puede haber elección, además no podemos saber cómo evolucionará la salud pública, el país está también en una emergencia económica que se agudizará y lo más sensato sería ahorrar dinero y trasladar la elección al año entrante a fin de que coincida con la elección federal. Fuera el derroche.