Hace unos días, el 21 de julio, se conmemoró el centenario de un hecho inadvertido para la mayoría de los mexicanos: el rescate de los sobrevivientes de Clipperton. Aunque desconocido para el común de la gente, los hechos registrados en ese pedazo de tierra perdido en la inmensidad del océano Pacífico merecen ser recordados y aquilatados por el pueblo mexicano.
Clipperton, o Isla de la Pasión según la bautizara Fernando de Magallanes en 1520 al divisarla en lontananza, es un pequeño atolón de apenas 11 kilómetros de diámetro, ocupado mayormente por una laguna de aguas podridas, localizado a unos mil kilómetros al suroeste de Acapulco.
A principios del siglo XX la Isla era nuestra, aunque ahora es posesión francesa en virtud de un fallo internacional dictado en 1931. Para Porfirio Díaz tenía un valor militar y comercial estratégico. Por eso, en 1908 envió al Capitán Ramón Arnaud a colonizar y cuidar “la plaza”. Arnaud marchó hacia el atolón al frente de un regimiento militar y sus familias (cien, en total).
En los siguientes años la Revolución cambiaría los mandos del Ejército, y la Primera Guerra Mundial sus prioridades estratégicas. Derrocado el gobierno espurio delahuertista, los colonizadores fueron olvidados y abandonados a su suerte, en parte por desinterés de las autoridades, en parte por el hundimiento durante la refriega revolucionaria del barco que los provisionaba.
A mediados de 1914, la nave “USS Cleveland” enfiló a la Isla de la Pasión debido a una operación de rescate por el naufragio de una fragata norteamericana. Su capitán ofreció también a los mexicanos ahí varados llevarlos a puerto seguro. Arnaud declinó estoicamente la oferta, después de enterarse de la invasión norteamericana (dos meses antes) al Puerto de Veracruz.
Mostrando dignidad ante el enemigo, ese valiente grupo de mexicanos decidió permanecer en la remota isla, aun sabiendo que quizás el Cleveland era su último boleto de retorno a casa.
Pasaron los siguientes años buscando infructuosamente supuestos tesoros del pirata John Clipperton. Comían básicamente peces, moluscos, pájaros bobos y los cocos ofrecidos por un puñado de palmeras. Pero la prolongada ausencia de vitamina C les pasó la factura y el escorbuto arrasó con la mayoría de ellos.
Tres años después descenderían del cañonero “Yorktown”, en Salina Cruz, cuatro mujeres y siete niños, únicos sobrevivientes. Traían como posesión más valiosa el testimonio de valentía, dignidad y patriotismo de sus compañeros expedicionarios muertos en la Isla de la Pasión, legado que nos pertenece a todos los mexicanos.