La maldición del súper peso

Quienes crecimos en los ochenta y noventa tenemos una especial aversión por las devaluaciones súbitas y pronunciadas del peso. Mi recuerdo más antiguo de lo que es una moneda que se desploma es de cuando tenía 9 años. En 1982 fui bautizado, como muchos mexicanos, en la mentalidad de la crisis. En realidad, las crisis recurrentes, frecuentemente ligadas a decisiones de política económica de gobiernos o presidentes que negaban la realidad (¿tenían otros datos?), nunca nos dejaron. Tengo la impresión de que las nuevas generaciones no alcanzan a dimensionar adecuadamente lo que eran esas crisis del peso cada seis años. No recuerdo la de 1976, pero las devaluaciones de 1982, 1988 y 1994 me marcaron para siempre. Desde niño recuerdo cómo el valor de los ahorros de la gente desaparecía, familias de clase media perdían gran parte de su patrimonio sin más pecado que haber confiado en su país, su gobierno y su moneda. No fue suficiente tener presidentes que prometieron defender al peso como un perro o aquellos que diseñaron los famosos Pactos o los Programas de Solidaridad, que incluía una canción pegajosa “cortesía” de Televisa, interpretada por estrellas como Timbiriche, Vicente Fernández, Pandora, Mijares y Rigo Tovar. Una especie de “We are the world” (US Aid, 1985) región 4. Con buenas intenciones, frases históricas y hasta canciones, pero con poca congruencia económica, no se pudo detener la espiral de crisis recurrentes en México y se sentaron las bases de la crisis de 1994 y lo que se convirtió en una economía entregada casi por completo a las fuerzas de los mercados internacionales gracias a docenas de tratados comerciales que nos hacen depender de importaciones baratas, mientras el sector productivo se defiende como puede de competidores extranjeros cuyos gobiernos sí diseñaron políticas para fortalecer a sus empresas a nivel internacional.

Estoy seguro de que el presidente López Obrador recuerda ese par de décadas en las que su partido (el PRI) se encargó de borrar los sueños y esperanzas de una clase media pujante y del espíritu emprendedor de millones de empresarios PYME. Difícil pensar que el señor presidente entienda lo que es perder su rancho o tener que cerrar su empresa por devaluaciones súbitas y pronunciadas del peso, ya que se ha dedicado a la política y a vivir del presupuesto (oficial y extraoficial) desde sus 23 años. Tal vez por eso se siente (peligrosamente) orgulloso de ver un tipo de cambio que se encuentra en los mismos niveles de cuando inició su gobierno a pesar del nulo crecimiento de la economía y las distintas crisis internacionales que se han dado en ese mismo período. Por eso parece presumir como propias las remesas de paisanos y voltear para otro lado cuando Banxico receta las altísimas tasas (relativas a otros países) con las que pretende “controlar la inflación”. El aumento en el precio del petróleo también le ha caído del cielo a alguien que decidió (tal vez atinadamente por ahora) a apostar por ese sector. 

Así, este año el peso es de las monedas más fuertes del mundo y tenemos una autoridad monetaria que nos quiere hacer creer que el peso flota libremente, mientras lo apuntala con altas tasas de interés ya que sabe que una depreciación de la moneda se traduciría en un aumento en la inflación, porque hace 30 años quienes mandaban decidieron no desarrollar industrias nacionales sino ponerlas a merced de productores internacionales que se convirtieran en proveedores nuestros. Por eso en México no hay una empresa nacional de automóviles, de aviones, de computadoras, de televisiones. Y por eso hoy estamos atrapados en la paradoja de tener que depender de un peso fuerte para contener inflación, mientras ese peso fuerte es una carga pesada para el sector exportador, sector que es el equivalente al “MVP” o jugador más valioso de los últimos 30 años. No pensemos siquiera en políticas industriales que nos saquen de ese ciclo o en programas enfocados a aumentar el contenido nacional de lo que se produce en México; no parece haber quién, en este gobierno, ni en los últimos dos o tres, ni en los posibles gallos para 2024, que siquiera cuestione cómo se verán las distintas industrias exportadoras en 10, 15 o 30 años si seguimos haciendo lo que se viene haciendo. Eso sí, casi a diario hablan de “la electrificación vehicular” o de los acuerdos con Estados Unidos para apoyar el “nearshoring” de industrias como los semiconductores y no se dan cuenta que eso no es una estrategia, son solo buenos deseos de algo que en realidad no entienden. Mientras, el peso compra hoy 34% más euros, 40% más wons coreanos y 65% más yenes japoneses que en marzo de 2020. No puedo evitar pensar en mis recuerdos de los ochenta y en escuchar como cruje la estabilidad del peso. ¿Tic-toc, tic-toc?

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