En el silencio estricto de la fuente
una moneda cae y transfigura
la sola superficie de la mente.
El agua singular, el agua pura,
en círculos rebrilla y perfecciona
con tenue movimiento su hermosura.
La luz del mediodía la corona
conforme el disco ávido se hunde
y al grave son de esa caída entona
el eco de una voz en que se funde
la endecha en la quietud y el ruido leve
que en la extinguida paz domina y cunde.
El agua entonces en sí misma bebe
su imagen, su materia, sus esencias
y el esplendor de su reposo breve.
Si emblema de cristal y transparencias
era en inmóvil sueño; si dormida
semejaba una luna sin cadencias,
rota y quebrada al fin, por desasida
de sus vínculos pálidos, parece
más plena, más profunda y más henchida.
Al ser tocada así se desvanece
la plata de esa lámina redonda
y en la cóncava luz fulgura y crece.
El solitario espíritu en la honda
perturbación del agua ha discernido
su índole. No importa que se esconda
en la serena sombra de su nido:
el mundo es la moneda y sus espejos
se deshacen vivísimos y hundidos
sobresale en el haz de sus reflejos.