La paradoja del artista

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El arte es la expresión de las culturas y el sustento de la trascendencia humana. Es alimento del alma y estímulo del espíritu. Sin embargo, a pesar de su concepción superior y su origen metafísico, no escapa a la realidad mundana de los mercados. Singular industria es la de las artes, en especial la pintura, la tercera en la numerología de Ricciotto Canudo.
En los mercados tradicionales la competencia obliga a los precios entre bienes similares, con costos de producción parecidos, a tender a ser iguales. Pero en el caso de la pintura las diferencias pueden llegar a ser estratosféricas. Cierto, algunos invierten varios meses en preparar una sola obra, como lo hacía Kandinsky, mientras otros en pocas horas de trabajo y con unos cuantos brochazos terminan un cuadro, como era el estilo de Pollock. Al fin y al cabo todo es óleo o acrílico sobre tela, ¿no? 
La Ley de la Oferta y Demanda valora la escasez del bien: su precio tiende a subir infinitamente cuando su demanda es creciente y la oferta fija. Adquirir una obra de Rubens, Caravaggio o Vermeer resulta imposible porque los siglos que llevan sepultados en el cementerio han convertido su limitado legado en invaluable.
Esa es precisamente la tragedia del artista. Para que su obra adquiera valor, salvo que se desenvuelva bajo la égida de un rico mecenas (Botticelli, con Lorenzo de Medici; Miguel Ángel, con el Papa Julio II, o Van Dyck, con el rey inglés Jacobo I), el autor debe dejar de existir. Los autorretratos de Rembrandt son la principal atracción en los mejores museos del mundo; irónicamente, su autor murió en la miseria.
Con sus 85 años a cuestas y ya en el ocaso de su vida, mas no de su obra, el zacatecano Rafael Coronel cotiza sus obras en varias decenas de miles de dólares, mientras jóvenes talentos deben conformarse con cheques menos abultados.
El mercado también premia a obras hechas famosas por circunstancias ajenas o indirectas, como la revalorización de las pinturas de Margaret Keane tras exhibirse la película “Ojos Grandes”, en 2014. Y ni qué decir del valor de las consagradas como identidad nacional: la “Mona Lisa”, de Da Vinci en Francia, o “La Dama Dorada”, de Klimt en Austria, esta última morando actualmente en Nueva York después de un largo juicio.
Obras disruptivas de artistas que a la postre crearon corrientes, en su momento no fueron valoradas en su justa dimensión. Ejemplos son las cubistas de Picasso o las impresionistas de Monet, ahora cotizadas en millones de dólares.
La industria del arte es caprichosa y de los pocos mercados muy sensibles a la demanda del consumidor. Apostarle al arte puede ser una buena inversión, por más descabellado que parezca. ¿Quién iba a pensar que las latas de sopa Campbells pintadas por un tal Andy Warhol hace medio siglo se convertirían en las representantes del Arte Pop, tan cotizado en la actualidad?
Después de todo, en gustos se rompen géneros.

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