Uno de los secretos más celosamente guardado es la fórmula de la Coca Cola. En un entorno cargado de misticismo, abundan las historias y versiones al respecto. Una de ellas sostiene que nadie conoce la receta completa: dos personas, herederas del arcano, son las que guardan afanosamente, y por separado, nombres y proporciones de los ingredientes.
Sin explicar cómo la obtuvieron, en 2006 dos empleados de Coca Cola fueron sentenciados a prisión por robar la fórmula y tratar de venderla a Pepsi. Y lo más fantástico de todo fue que los propios directivos de Pepsi dieron aviso a sus colegas competidores. ¿Por qué no aprovecharon la oportunidad de desvelar los secretos de su eterno rival para aplastarlo definitivamente?
Las razones de los denunciantes, posibles pero poco probables, aluden a la solidaridad sectorial y a la ética profesional. El siglo pasado fuimos testigos de los ataques frontales y una guerra sin cuartel entre ambas refresqueras, lo cual antoja difícil esa explicación.
Algunos economistas, como Levitt & Dubner, proponen motivos más factibles. Con la fórmula, Pepsi habría estado en la disyuntiva de hacerla pública o copiarla. Lo primero habría permitido a cualquiera fabricar y vender Coca Cola. Pero al convertirse en un bien genérico, su precio se desplomaría. Pepsi, entonces, estaría obligada a reducir sus precios para poder competir, en perjuicio de sus propias utilidades.
Y si copiara la fórmula, Pepsi hubiera generado dos bienes idénticos, llamados en términos económicos “sustitutos perfectos”. Al no tener características diferenciales, salvo quizá el envase, una guerra de precios obligaría a reducirlos, como sucede con la azúcar refinada o el frijol pinto.
Las razones económicas son poderosas y sin duda fueron contempladas por los directivos de Pepsi antes de decidir regresar el sobre cerrado y denunciar a los desleales y corruptos directivos de Coca Cola. Sin embargo, creo que existe un argumento más: el acicate de la competencia.
Coca y Pepsi son corporaciones emblemáticas del capitalismo, productos exitosos del sistema de mercado y grandes beneficiarios de la libre competencia. Tal vez una empresa no sería lo que es sin la existencia de la otra. Sin un adversario contra quien luchar, los ejercicitos se relajan y dejan de prepararse.
Un competidor digno es lo que nos obliga a ser ingeniosos y generar nuevas estrategias de comercialización, a ser más atentos y cuidadosos con nuestros clientes, a ser más eficientes y productivos. Nos obliga a ser mejores cada día. Un competidor sano no es una amenaza, es nuestra gallina de los huevos de oro y la fórmula de nuestro éxito