Larga e interesante ha sido la ruta del vino en nuestro país. Según San Juan, el primer milagro realizado por Jesús de Nazaret fue transformar el agua en vino durante una boda en Caná de Galilea, a la que fue invitado. El vino comenzó a escasear a temprana hora del convite, y narra el evangelista que Jesús, a petición de su madre, realizó el prodigio.
Pero ésta no es la única referencia en la Biblia. Amén de muchas citas y parábolas relacionadas con viñedos, vides y sarmientos, Lucas y Mateo acuñan una frase del Maestro: “Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: éste es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores”.
En la Última Cena, Jesús compartió entre sus discípulos una copa de vino, dándole a este hecho un especial significado: la transfiguración del vino en su sangre, el pacto con los hombres, la promesa de su resurrección y de vida eterna. Mateo añade una última frase del Mesías: “Y os digo que desde ahora no beberé de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el Reino de mi Padre”.
El vino existe desde hace más de 7,000 años. Para los egipcios fue obra del dios Osiris, y para los griegos de Dionisio, conocido como Baco por los romanos. Pero fue tras la proliferación del Nuevo Testamento cuando la producción de vino adquirió el actual cariz, místico y enigmático.
Quizá por esta razón, durante siglos se elaboró en monasterios y predios eclesiásticos. En América, según la versión más aceptada, sacerdotes, misioneros y colonos plantaron las primeras vides europeas a finales del siglo XVI, en el actual Valle de Parras, Coahuila, donde ya proliferaban especies nativas.
Por razones económicas, el Rey español prohibió su producción en la Nueva España, la cual burlaron los frailes jesuitas aduciendo ser indispensable para las celebraciones eucarísticas. Desde entonces, la industria vitivinícola comenzó a desarrollarse en nuestro país, pero a un ritmo muy lento.
Sin embargo, desde hace 20 años y gracias a la globalización, a la mejora del poder adquisitivo y a los cambios de hábitos en México, el consumo de vino se ha incrementado notablemente, a la par de su producción. Encontramos regiones vitivinícolas en plena expansión en Coahuila, Zacatecas, Querétaro, Chihuahua y, por supuesto, Baja California.
En esta última resalta el “Valle de Guadalupe”, donde decenas de casas productoras no sólo comercializan el fruto de la vid, sino también lo explotan turísticamente, ofreciendo experiencias. Son ejemplos de doble éxito de los que se debe aprender y promover. Además de las rutas del vino, existen las del queso, del tequila, del mezcal y otras. Pero sin duda, podemos crear muchas más y convertirlas en rutas del éxito.