Las Calificaciones representan lo Peor del Sistema Capitalista: Saquémosles de Nuestras Escuelas

El sistema económico capitalista tiene fallas importantes, genera desigualdades sociales extremas y divisivas de riqueza e ingresos; por lo general no logra colmar la necesidad de empleo, muchos de los cuales son aburridos, peligrosos y/o entumecen la mente. Cada cuatro o siete años, sufre una misteriosa corriente descendente en la que millones de personas pierden empleos e ingresos, las empresas colapsan, la caída de los ingresos fiscales socava los servicios públicos, etc. Si estas fallas se percibieran ampliamente como las fallas inherentes del sistema capitalista, su atractivo y, por lo tanto, la sostenibilidad del propio capitalismo podría desaparecer.

¿Cómo ha sobrevivido el capitalismo? Su persistencia se puede explicar mejor en términos de ideología. El sistema produce y difunde interpretaciones de sus fracasos que atribuyen estos problemas no al capitalismo en sí, sino a otras “causas” completamente diferentes. Las instituciones han desarrollado mecanismos para anclar tales interpretaciones de manera amplia y profunda en la conciencia popular.

Un ejemplo clave es el concepto de “meritocracia”. Las escuelas son una institución clave que enseña y practica la meritocracia a través del mecanismo de calificación. Desde la escuela primaria, hasta durante mis estudios de posgrado, he sufrido la imposición de calificaciones (A, B, C, o 7, 9, 10, etc.). Cuando me convertí en profesor, se me ha pedido constantemente que asigne calificaciones a mis alumnos para asuntos como trabajos, exámenes y desempeño en clase.

La calificación ocupa gran parte de tiempo que podría emplearse mejor en la enseñanza o en la interacción directa con los estudiantes y tiene pocos beneficios educativos para los estudiantes. Calificar es faltarles al respeto como personas pensantes; por último, éstas sirven principalmente a los patrones, pero a menudo en formas que tampoco son muy buenas para ellos mismos. En resumen, la calificación sigue siendo un aspecto inmensamente irrazonable, ineficaz y en gran medida negativo para la educación en todos los niveles; primaria, secundaria y educación superior.

Comencemos desde la perspectiva del maestro como calificador. Cuando leo un trabajo o examen, puedo ver cuando un estudiante presenta una versión razonable de lo que pretendía en mis clases o lo que valía la pena en las lecturas asignadas. Pero, por supuesto, no puedo estar seguro de si el alumno simplemente está demostrando su memoria a corto plazo y repite todo lo que destaqué en clase, o si el alumno realmente ha entendido, en el sentido de comprender e internalizar los puntos clave, como parte de propia formación intelectual. Sin mucho más tiempo e interacción con el alumno individual de lo que las escuelas permiten o permiten en el 99 por ciento de los casos, no puedo saber cuál es cuando asigno una calificación.

Cuando veo que un estudiante no ha entendido los conceptos que se le enseñaron, las posibilidades se vuelven más numerosas. ¿El alumno entendió el material de manera diferente a mí en formas no reducibles a cuestiones de lo correcto y lo incorrecto? Después de todo, cada pieza de material verbal o escrito está sujeto a interpretaciones múltiples perfectamente razonables. La educación no está bien atendida al insistir en una respuesta correcta y las alternativas como incorrectas. Tal insistencia se parece más a un adoctrinamiento que a educación; lo cual mina el pensamiento creativo y crítico.

¿Será que la falta de comprensión del estudiante refleja una enseñanza deficiente más que un aprendizaje deficiente? La educación en las escuelas es, después de todo, una relación entre personas; una relación a la que ambas personas contribuyen. Las calificaciones reflejan y representan el poder de un lado en esa relación sobre el otro. Las calificaciones que los estudiantes obtienen de los maestros afectan su desarrollo intelectual, sus carreras escolares y laborales, pero afectan primordialmente las principales dimensiones de su autoestima. La mayoría de los estudiantes no asignan calificaciones a sus maestros. Además, los maestros y los estudiantes no están de acuerdo sobre sus responsabilidades en relación con los “malos resultados” por ninguno de los dos. Estuve presente en innumerables reuniones de facultad donde los maestros culpaban defensivamente a los estudiantes por las bajas calificaciones que habían “logrado” (es decir, los maestros les habían dado).

¿Deben los docentes tener el tiempo suficiente para leer, escuchar o ver múltiples presentaciones y respuestas de cada alumno? ¿Deben los maestros tener el tiempo suficiente para explicar a cada alumno cómo se han abordado y evaluado su trabajo? ¿No se lograría mejor la educación si los estudiantes y los maestros juntos pudieran discutir, comparar y debatir sus respectivas interpretaciones de preguntas, respuestas, problemas y análisis? Si todo eso se lograra, un escenario muy raro en nuestro sistema educativo actual.  ¿Cuál sería la necesidad de que también se asigne una calificación? La calificación añadiría poca o nula sustancia.

El sistema económico actual impide que los maestros se involucren con frecuencia y a fondo con los estudiantes. La organización empresarial del capitalismo —una pequeña minoría de empleadores (propietarios y sus altos ejecutivos) que dirigen y controlan a una gran mayoría de empleados— se replica en las instituciones educativas públicas y privadas. Esa organización y sus limitaciones financieras se combinan para impedir las interacciones entre maestros y estudiantes que la educación real requiere.  En lugar de aceptar que lo que ofrecen es una educación de segunda, la mayoría de las escuelas rehúyen los esfuerzos por responsabilizar al sistema por temor a enemistarse con los patronatos o funcionarios universitarios.

Si bien los límites impuestos por el capitalismo ayudan a explicar la práctica de la calificación, no son el pretexto; son un muy pobre sustituto de unas muy superiores prácticas educativas que, simplemente no ocurren.

La calificación no es solo un mecanismo diseñado para ahorrar recursos destinados a la “educación”; las calificaciones actúan como un importante cimiento de apoyo para la meritocracia. La ideología del mérito funciona como un mecanismo de defensa crucial para el capitalismo dados sus fracasos. La idea estadounidense de la meritocracia afirma que uno puede clasificar cuantitativamente las capacidades cualitativas de los individuos. Se pueden clasificar las habilidades laborales de cada individuo, las capacidades de producción, las contribuciones a la producción, así como su inteligencia, disciplina, habilidades sociales y mucho más. Este marco sostiene que hay algunas personas que son mejores o más poseen tales cualidades; que existen aquellos que poseen lo peor o lo menos importante de ellos y que hay muchos que ocupan posiciones entre esos dos extremos cuantitativos (el promedio).

¿Suena familiar? ¿Se acuerdan cuando el maestro llamaba a tus padres y les decían: “¡Felicidades, su hijo está por arriba del promedio!” o ”¡Cuidado, su hijo está por debajo del promedio del grupo!”?  ¿Cómo pueden saber lo que están diciendo si están coartados por el sistema?

Dentro del marco de la ideología meritocrática, los patrones buscan contratar al “mejor” empleado y están dispuestos a pagar a esos trabajadores más de lo que pagan a los trabajadores con “menos” mérito (con una clasificación más baja en alguna escala arbitraria de productividad). En la lógica meritocrática, aquellos a quienes no se les ofrece trabajo solo pueden culparse a sí mismos: deben asumir que tienen muy poco mérito. Los trabajadores aprenden en la escuela a buscar acumular méritos y alcanzar clasificaciones más altas a lo largo de las escalas que importan a los patrones. El sistema de escuelas, educadores y los patrones han insertado en el sistema educativo este sistema de méritos como una forma importante normar, adquirir y acumular los méritos que los patrones reconocerán y recompensarán. Los mejores trabajos y el aumento de la remuneración correspondiente aumentan mediante la acumulación de méritos se adquiere a través de la educación, así como de la capacitación “en el trabajo”.

Las escuelas no solo permiten a los consumidores de educación adquirir y acumular méritos; sus operaciones también ejemplifican el sistema de mérito que tanto respaldan. La Universidad de Harvard transmite hay más mérito, por materia, que la Universidad Estatal de Texas o que el Tecnológico de Monterrey, tiene más méritos por materia aprobada que la Universidad Autónoma de Coahuila o cualquier universidad pública. Las escuelas que promocionan más mérito pueden cobrar a los estudiantes más dinero. Entre las escuelas, dentro de cada escuela y dentro de cada aula, el mérito manda.

La meritocracia y el rol clave que el sistema educativo juega dentro de ésta es indispensable para la supervivencia del capitalismo. El sistema de méritos organiza cómo los empleados interpretan el desempleo que sufren, el trabajo que odian, el sueldo o salario que consideran tan insuficiente, la creatividad que su trabajo sofoca, etc. Todo comienza cuando las escuelas “capacitan” a las personas para que acepten las calificaciones que se les asignan como medidas de mérito académico individual y los prepara para aceptar que sus trabajos e ingresos son, igualmente, una medida de su mérito productivo individual. Bajo este marco, las calificaciones, los trabajos y los ingresos desiguales pueden considerarse apropiados y justos: las recompensas son supuestamente proporcionales al mérito individual.

Este paradigma deja poco espacio para cualquier crítica sistémica. La educación inadecuada no se atribuye a un sistema educativo inadecuado que no puede o no quiere financiar una educación masiva de alta calidad. El desempleo, los malos empleos y los ingresos insuficientes no se atribuyen al sistema económico capitalista. Si hubieran sido tan culpables, ambos sistemas podrían haber sido objeto de críticas y oposición y haber muerto hace mucho tiempo. La meritocracia redirige la culpa de los fracasos del capitalismo hacia sus víctimas. Las escuelas enseñan meritocracia, y la calificación es el método.

Algunas preguntas que pueden parecerles interesantes:

  1. Le damos clasificaciones a muchos productos y mercancías de “A”, “B”, etc. ¿Qué hace que la sociedad piense que es apropiado hacerlo en las escuelas?
  2. La educación implica el desarrollo de los diferentes aspectos de las capacidades y habilidades de una persona; el evaluar los resultados necesitaría hacerlo con la misma complejidad que significa cubrir todas esas diferencias. Una letra o un número no puede ser representativo. ¿Qué hace que a los educadores les requieran asignar dichas calificaciones?
  3. ¿A quién beneficia el sistema de calificaciones?
  4. ¿Las calificaciones refuerzan jerarquías, clasificaciones, etc. en nuestra sociedad?
  5. ¿Es meritocracia una forma elegante de decir “supremacía”?

TODO COMIENZA EN UNO.

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