Las ventanas

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A mediados de la década de 1970, el estado de Nueva Jersey inició un programa denominado “Barrios limpios y seguros” que consistía en mejorar la calidad de vida en 28 ciudades cuyas comunidades eran predominantemente de gente afroamericana. Entre otras acciones el programa dotaba de recursos para que éstas ciudades tuviesen vigilancia policiaca pedestre.

Sin embargo, a cinco años de iniciar el programa se realizó una evaluación de los resultados y se encontró que, a pesar de que los ciudadanos se sentían más seguros por la presencia de los policías, las evidencias mostraban que el índice de delincuencia no se había reducido.

Una realidad observable era frecuente en esos barrios: edificios abandonados, ventanas rotas, grafitis, vagabundos y borrachos deambulando, así como pandillas que ejercían control en las calles; entonces se empezó a sospechar que el deterioro de los edificios y el abandono de las calles tenían una relación directa con la presencia de la delincuencia.
Incrementar la presencia de los policías en las calles no dio resultados en ese experimento, entonces ¿existirá un camino diferente para bajar el índice de criminalidad en una ciudad? Aun cuando el problema de la delincuencia es muy complejo – y no hay soluciones únicas – aparentemente existe una manera que actúa como una barrera hacia los actos delictivos en los barrios de las ciudades en donde este cáncer se ha extendido.

El experimento

¿Han escuchado de la teoría de las ventanas rotas? Se refiere al contagio y la expansión de las conductas que son inmorales, antisociales o incívicas. Comportamientos que rompen con el orden, el respeto y que generan un ámbito de conflicto, tensión y agravio.

La teoría tiene su origen en un experimento que Philip Zimbardo, psicólogo de la Universidad de Stanford, desarrollo a finales de la década de los sesentas, el cual consistió en dos observaciones:

Primero, abandonó un automóvil, sin placas y con las puertas abiertas, en las calles del nada afamado barrio Bronx de Nueva York (conocido por el descuido y la pobreza que en él existía).

El coche – como se esperaba – fue atacado por vándalos dentro de primeros diez minutos del abandono. Se observó que llego una familia completa – padre, madre e hijo- , quienes robaron el radiador y la batería. Dentro de las veinticuatro horas, prácticamente todo lo de valor había sido hurtado. Luego comenzó el vandalismo al azar: las ventanas fueron rotas, la tapicería arrancada. Posteriormente, los niños del barrio comenzaron a utilizar el coche como un parque infantil. Algo más: la mayoría de los adultos “vándalos” fueron blancos “bien vestidos”.

La segunda parte del experimento consistió en abandonar un carro similar al primero, pero ahora en un barrio rico de Palo Alto, en el estado de California. Durante una semana, el coche siguió intacto (lo que se esperaba). Entonces, Philip Zimbardo prendió la mecha: con un martillo rompió algunas partes de la carrocería del auto. Sin duda, esta fue la señal precisa que detonó el atraco, pues los “cívicos” ciudadanos de Palo se comportaron exactamente igual que los vándalos del Bronx; en pocas horas, el auto quedo igualmente saqueado y destrozado. Una vez más, los atacantes fueron personas blancas aparentemente “respetables”.

Nadie cuidando

Este experimento es el que dio lugar a la teoría de las ventanas rotas, elaborada por James Q. Wilson y George L. Kelling y que apareció en la edición de marzo de 1982, en la revista “The Atlantic Magazine” (1), el cual afirma que, si en un edificio hay una ventana rota, y no se arregla de prisa, inmediatamente todas las ventanas restantes terminan siendo quebradas. ¿Por qué? Porque el abandono- en este caso simbolizado por las ventas rotas – envía un terrible mensaje: ¡aquí no hay nadie que cuide de esto, puedes hacer lo que te venga en gana! Esto lo vemos a diario en nuestra propia ciudad. Mucho de lo malo empieza con pequeñas transgresiones, con incivilidad mínima.

Lo mismo podríamos decir de los grafitis: si uno no se borra pronto, toda la pared aparecerá pintada…O de la basura: la acumulación de la misma conlleva mayor acumulación. La entropía, la tendencia al caos y al desorden, en todo su esplendor.
El mensaje es claro: una vez que se empiezan a desobedecer las normas que mantienen en armonía a una comunidad, tanto el orden como la comunidad, empiezan a deteriorarse, el desinterés cunde, se rompen los códigos de convivencia. Luego, cada violación adicional se auto reafirma, se multiplica. Entonces, las ventas rotas y sus consecuencias se vuelven incontenibles a una sorprendente velocidad.

Así, las conductas incivilizadas se contagian como virus, se vulgarizan, se difunden y las personas civilizadas se retraen. El Apocalipsis aparece.

Como apreciamos el vandalismo puede originarse en cualquier parte, cuando el sentido de respeto mutuo y las obligaciones de civilidad se erosionan por acciones que anuncian que a “nadie le preocupa”.

Vandalismo del alma

Siempre he pensado que ceder en las palabras en ceder en los hechos, y ahora creo que esta premisa se encuentra estrechamente relacionada con la teoría de las ventanas rotas: si no prestamos atención a lo que decimos y la manera en que lo decimos, empieza el caos; por ejemplo, decir “no pasa nada”, “solamente una vez”, “nadie lo notará”, puede ser el inicio de lo peor por venir.

Sin lugar a dudas, este fenómeno se puede extender a nuestra propia alma, sin duda existe el vandalismo del alma: si en ella permitimos que entre una brisa de desaliento, un destello de maldad, un espacio de odio, un chispazo de envidia o soberbia, puede significar el desencadenamiento del desasosiego, del desencuentro, de acciones moralmente negativas, de la violencia, que sin duda romperán nuestros mejores talentos, lo que bien somos.

Por eso, hay que estar atentos de lo que abrevamos, de las compañías, de lo que deseamos. Si no la iluminamos con el conocimiento, la esperanza y la fe, la oscuridad paulatinamente se apoderará de ella, haciéndonos sus infelices rehenes.
Es fácil comprender, bajo la luz de esta propuesta, las razones por las cuales ha proliferado el salvajismo, la violencia y la delincuencia en el país, la manera en cómo el crimen lo ha invadido casi todo… Demasiadas ventanas rotas en su núcleo, en su esencia: en la familia, en la educación.

Senda abierta

Podemos cambiar la realidad de las ventanas rotas, siendo cuidadosos con nosotros mismos: con nuestra personal apariencia y conducta, nuestro vocabulario, lo que decimos y eso que callamos. Si somos atentos con los “otros”, si somos esmerados en nuestro trabajo, en el oficio que la vida ha puesto en nuestras manos. Si conservamos los jardines, si respetamos las señales de tránsito, si somos puntuales, si boleamos los zapatos, si cuidamos el escritorio en el que trabajamos, la pluma o el lápiz, la escuela, el carro o camión en el cual nos transportamos, el hogar en el que vivimos. Ahí esta el cambio real.
La solución de muchos de los problemas sociales no solo le atañen a las autoridades, nos corresponden a nosotros: las personas.

Es necesario, entonces, no “martillar” el carro abandonado, no cortar las rosas del jardín público, no ofender. Es menester “avivar” las conductas cívicas y morales en la familia, en la empresa, en la escuela, en la ciudad, en nuestros personales ambientes de convivencia.

Recuerdo la máxima de Kant: “actúa siempre de modo que tu conducta pueda ser considerada una regla universal” y en esto consiste el no tener – ni consistir – esas ventanas rotas en nuestros personales ámbitos, en nuestra comunidad inmediata. Sin duda: o empeoramos, o mejoramos. La elección es irrenunciable, las consecuencias evidentes.

(1) Referencia:http//www.theatlantic.com/magazine/archive/1982/03/broken-windows/4465/2/)

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