Limitar y liberar

La vida sin sus normas pierde formas, frase solemne y poética de Benedetti, y cuanta razón tiene. Depender de un criterio nos da velocidad pero sin las normas que limiten al criterio este se convierte en un capricho. La función gubernamental está restringida a lo que la ley permite, y esto nace para contener el tremendo lobo del poder, que nunca satisface su apetito. Las divisiones de poderes, desde la óptica de Montesquieu son la respuesta a la necesidad de fragmentar y elaborar un contrapeso entre ellos. Su visión no solo acudía a 3 poderes, para él existía un cuarto poder, el electoral.

El peligro de la pasión ante la disciplina esta en mover los procesos, las normas y por ende los límites. Cuando una decisión directa de compra obvia el proceso de licenciamiento o de un concurso nos enfrentamos a un camino cuyo retorno es difícil. Porque una característica de la ausencia de limites es que la falsa libertad que otorga nos seduce tanto como para regresar a la restricción. Recuerdo el dicho de un exgobernador que ante una situación limitante decía: -extraño mucho cuando todo era legal…-.

Los límites no se hicieron solamente para impedir que lo de adentro salga, se hicieron también para evitar que lo de afuera entre, de ahí el dicho que debemos cuidar las cosas pues apreciamos su valor ya cuando se han perdido. La meritocracia, que sucumbe ante la corrupción, resultaba la conclusión ideal para las reglas del juego contemporáneo. Es fácil mantener un orden cuando la promesa de ese orden está culturalmente aceptada; estudiar, esforzarse y mejorar deben dar como consecuencia crecer y alcanzar los satisfactores que en su momento se pusieron como motivadores.

Que injusta es la vida inútil de quien se entera que cumplir las reglas no paga. Y quizá, si lo piensa, no debería de pagar, la motivación de cumplir no debe ser el egoísmo, pero sí la recompensa. La conclusión de apegarse a las reglas debe ser vivir mejor. Si vivir en paz no es consecuencia de la legalidad, entonces, ¿qué lo será?.

Las cosas temporales tienden precedente, y siempre es más difícil salir que entrar en algo. Es más difícil dejar el poder que recibirlo, salir de una adicción que incorporarla. Las rupturas que los inicios. Siempre es más difícil salir que entrar. Deberá ser difícil cuando se pretenda civilizar lo que se ha militarizado, también lo que se ha liberado o incluso lo que se ha restringido.

Las ovejas miraban la cerca como un muro que coartaba su libertad, que maligna mente nos mantiene presos negándonos la libertad, las cosas bellas que deben haber más allá de ese maldito muro. Una frontera que divide, restringe y separa. Se decían entre si. Estaban convencidas, todas ellas que su único problema era esa cerca que impedía que salieran libremente a los pastizales que suponían debían existir afuera. Se decían: Si aquí, aparece comida y agua cada día, ¿Cuánto más debe aparecer allá afuera?, siempre tras ese maldito muro. 

Mientras tanto el lobo, escondido desde los arbustos, veía esa cerca diciendo, esa maldita cerca que cuida a esos suculentos animales de mi, tan solo que caiga la cerca y podré entrar. 

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