Los mexicanos somos muy dados a dejar para después lo importante. En su lugar atendemos las urgencias de cada día. Nos convertimos en bomberos ocupados en apagar los conatos de fuego que se prenden en nuestras vidas. Los problemas emergen sin avisar, las situaciones críticas aparecen de la nada y nos sacan de nuestra ruta, llevándonos a perder el enfoque.
Y claro, lo urgente se convierte en importante. Eso no está mal. Las enfermedades y los accidentes requieren de atención médica inmediata, por ejemplo. El problema es cuando dejamos lo importante en el fondo del cajón de nuestros pendientes. Total, como no es urgente su atención puede esperar un día más. Y ese día se transforma en una semana, y esa semana se convierte en un mes, y ese mes se torna en un año, y ese año se vuelve eterno. Hasta que llega lo inevitable y ya es muy tarde para actuar.
De nada le sirve al capitán de un barco mantenerlo a flote si pierde la brújula de su destino. De poco le servirá al chofer de un camión sortear los obstáculos del camino si por hacerlo lo conduce a un lugar diferente al planeado.
¿Pero qué es lo realmente importante? Bueno, eso lo define cada quién según su agenda, su escala de valores, sus principios y sus prioridades, influenciado por la cultura de la sociedad en la que vive. En todo caso, lo importante debiera ser lo relacionado con la familia y con nuestra comunidad, lo que nos hará trascender como seres humanos. Ese legado que habremos dejado a la sociedad y a nuestra familia.
Y dentro de ese legado no solo deben ser importantes las acciones realizadas, el ejemplo otorgado, las sonrisas repartidas, los recuerdos inolvidables. También de pan vive el hombre. Por eso, el arreglar en vida las cuestiones patrimoniales es una muestra de amor y responsabilidad para con nuestra familia y con la sociedad en general. Y en este sentido, son dos la acciones que destacan por su relevancia: el testamento y la escrituración.
Según cifras oficiales, 19 de cada 20 mexicanos no han dictado testamento. Algunos por considerarlo oneroso, otros porque no les interesa. La mayoría sí lo quiere hacer, pero no lo ha hecho por falta de tiempo, porque no lo considera urgente, porque nadie piensa que morirá al día siguiente.
En el caso de la escrituración la cifra no es más halagüeña. Según el INEGI, casi el 30% de los hogares mexicanos no cuentan con escritura, y en el caso de las zonas rurales la cifra se dispara hasta más del 40%. Además, falta considerar los cambios de propietario que, por adquisición o herencia, no han realizado el procedimiento.
Una escritura es más que un papel con sellos y firmas. Es la seguridad patrimonial de nuestra familia, es la certeza jurídica de nuestro hogar, es la recompensa a tantos años de esfuerzo, es la base del orden social. Cada escritura es única, se labora de manera artesanal y contiene parte de la historia de la familia que habita la vivienda.
La falta de recursos no debe ser una excusa para no escriturar. El gobierno del Estado ofrece programas accesibles, subsidiados y a muy bajo costo. Solo se requiere voluntad. Atendamos lo urgente, pero sin desatender lo importante.