Las menciones fueron genéricas, atisbos del largo registro de tropiezos, fallas, mentiras, incumplimientos, abusos y trapacerías que el gobierno de Enrique Peña Nieto y sus colaboradores han cometido en el sexenio.
Seguridad y justicia, primer tema agendado para el primero de los tres debates de esta temporada electoral ofrecía una oportunidad para evidenciar la dinámica indeseable. Pero nadie abordó Ayotzinapa, Nochixtlán ni el registro de la represión que, como no veíamos desde la llamada “Guerra Sucia”, ha golpeado a los movimientos sociales mayoritariamente a los ajenos a los partidos políticos incrementando estos años el registro de muerte, desaparición, tortura y cárcel.
Nadie hizo mención de la muerte de actores políticos en lo que va del proceso electoral que se aproxima al centenar en lo que ya es la elección más violenta de la historia moderna.
Políticas contra la corrupción, el tema más persistente de la agenda pública, omitió en lo concreto los negocios al amparo del poder, que sólo se mencionaron por el asunto Odebrecht –ahí sí, por López Obrador directamente aunque sin pruebas a Peña Nieto–, alusiones a “las casas blancas”, los desfalcos en Sedesol…
Muy poco se dijo sobre las reformas estructurales y sus efectos en los negocios al amparo del poder, el favoritismo a las elites contratistas de siempre o el enriquecimiento inusitado de un puñado de familias mexiquenses, ni de las fórmulas con que se les garantizó impunidad.
Escasas también fueron las menciones al gobierno de Felipe Calderón, quizás un poco más aludido por la forma en que su esposa, Margarita Zavala, se entrampó en el atropello discursivo propio de debate bachiller que protagonizó, con una apología que sólo le consiguió ser tratada con condescendencia por Jaime Rodríguez Calderón.
Muy destacados todos en su narrativa contra la corrupción y la impunidad, la omisión en colocar en el centro del debate el estado actual de las cosas y a sus responsables, fue porque optaron por la alineación, por convertirse en coro para caerle en responso de aparente pluralidad a López Obrador.
Ni si quiera López Obrador, desde su posición crítica y de opositor duro, fue capaz de materializar la discusión sobre las responsabilidades de lo que hoy aqueja al país; sus mensajes reprodujeron lo que –como él mismo anticipó—suele decir en las plazas públicas, en los discursos y entrevistas, pero cercado por los tiempos de un formato que exige una agilidad de palabra que juega en contra de su habilidad oratoria.
López Obrador no pudo o no quiso explicar en concreto el tema más persistente, como lo fue la amnistía; fue señalado por corrupción; no respondió a los señalamientos por la inclusión de personalidades como Napoleón Gómez Urrutia o Elba Esther Gordillo –quizás no puede; o de tener un partido familiar, según José Antonio Meade.
La omisión sólo se explica en un factor: Anaya, Meade, Zavala y, en parte Rodríguez Calderón, han formado parte de lo mismo.
Por lo visto en el debate todos aspiran a tender puentes con Enrique Peña Nieto y con la elite favorecida por su gobierno. De López Obrador, que abiertamente habla de reconciliación, a Ricardo Anaya que requiere al régimen para consolidarse, el debate guareció a los responsables del desastre nacional de estos tiempos.
(https://notassinpauta.com/2018/04/23/los-ganadores-del-debate/).