Los independientes en esta elección.

Lugar común en los procesos electorales se está convirtiendo aquello de las acusaciones sobre enriquecimientos ilícitos: resulta que a todos les salen cuentas por el mundo y los millones se cuentan como uno cuenta piedras. Lugar común, también, el salir a desmentir. Al final, resulta que sí tienen varios millones y propiedades, pero todo fue honestamente adquirido.

Resulta que lo “normal” (salvo alguna excepción) es trabajar unos diez años en gobierno y tener cuentas que aseguran el retiro y sus medicinas. O unos veinte, y se vuelven verdaderos terratenientes. Eso es lo que se observa, al menos, en quienes andan buscando otro puesto. Cuán lejos está la clase política de lo que preocupa.

Otro lugar común (aún en construcción) es la (des)calificación de los candidatos sin partido, también llamados independientes: que si son producto de un berrinche, que casi en su totalidad son una distracción o estrategia para fraccionar el voto, que tienen orígenes partidistas conocidos, que nadie vota por ellas o ellos.

Sobre esto último, al menos, tratemos de ver el otro lado de la moneda.

Que un candidato opositor (o su partido) no pueda, con cualidades propias, atraer más votos es más un asunto del candidato (y su partido) que del independiente. La propuesta del voto útil es, en todo caso, tan válida como la del candidato fantasma que fracciona: podrá sonar descorazonador, pero cuenta como estrategia; si alguien quiere hacer la diferencia sin vérselas con las urnas y sus reglas, tiene otros caminos o la libertad para trazarlos.

Inicios o, incluso una carrera dentro de algún partido, no cuentan toda la historia: hay quienes militan (militaron) a falta de opciones. Esa pertenencia contribuyó al perfil y, seguramente, a definiciones ideológicas (suponiendo que eso aún pese en nuestra pragmática política); pero los partidos no son entes monolíticos ni los hay todos-buenos o todos-malos. Origen, si bien habla de redes, experiencias y contactos, no es destino.

Por eso, la longevidad de un régimen tiene una profunda importancia que no se agota en saber quién se enriqueció con cuánto: la presencia de una fuerza más o menos estable a lo largo del tiempo se impregna. Lugar especial tendrán aquellos apóstoles que hicieron vida sin tener contacto con el régimen, pero son los menos.

¿Y eso de que nadie vota por ellos, por los candidatos sin partido? Esperemos los resultados para dibujar el panorama local. En una de esas, lo que importa es relacionar el tiempo y la exposición que tuvieron (incluida una especie de pre candidatura permanente) y los votos recibidos. Alguien que no despacha desde los gobiernos estaría en desventaja y, así, ni cómo equilibrar el terreno.

Descalificar es sencillo. Pero ellos, los sin partido, andan haciendo algo que los otros no.

Sin duda el esquema puede ser (o es) mal utilizado.

En lo local, las sorpresas no creo puedan alcanzar las magnitudes necesarias como para hablar de un cambio en lo observado. Pero más allá de la coyuntura, hay que ver el asunto con cabeza fría.

Pasada la agrura electoral, el significado de los llamados independientes debiera sumarse a una agenda mucho más amplia de discusión y análisis donde se incluya la imparcialidad del árbitro, la obligatoriedad de las promesas o la pertinencia del fuero. Debiera… si es que en nuestras Universidades se hiciera algo adicional a los festejos del día del estudiante.

Por último, lo dicho ya varias veces: salga a votar, llévese a toda la familia; quienes tengan credencial, que no dejen de hacerlo.

@victorspena

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