Se acercan las elecciones federales para renovar los 500 escaños de la Cámara de Diputados. De éstos, 300 serán electos por el principio de Mayoría Relativa, es decir, de territorio, ganando una elección y conquistando el voto ciudadano. Los otros 200 serán asignados en función del principio de Representación Proporcional, también llamados “de partido” o “plurinominales”.
La metodología para estos últimos es la siguiente: los partidos con registro nacional presentan ante la autoridad electoral una lista de 40 nombres por cada una de las cinco circunscripciones que componen el país, intercalados por sexo, y en función de la votación que consiga ese partido, cumpliendo con otros criterios como el de evitar la sobrerrepresentación, es que se asignarán las curules en el orden de aparición.
Cada tres años se revive el debate añejo de la conveniencia de contar con estos legisladores “de lista”, como también se conocen. Con los argumentos de que los diputados deben representar a una demarcación poblacional, de lo oneroso de su incorporación o que entre más participen más se dificultan los consensos, algunos critican su existencia.
Para poder realizar un análisis adecuado, debemos partir de las razones que les dieron origen. Tres considero son las más importantes.
La primera es de representación. En décadas anteriores, cuando un partido ganaba todos o casi todos los distritos, se quedaban opciones políticas fuera de los canales institucionales de expresión y sin su legítimo derecho a ser escuchadas. Al integrarse al Congreso por la vía plurinominal pudieron llevar la voz de sus representados ante la máxima tribuna de la Nación.
La segunda es de profesionalismo. Los candidatos no son todólogos. Muchos construyen con gran esfuerzo su carrera política desde jóvenes, trabajando en territorio, gestionando y apoyando el desarrollo comunitario. Esto los aleja de la academia y la especialización. Los diputados de lista podrían ser científicos y técnicos especialistas en los grandes temas nacionales.
La tercera es de equilibrio. Para evitar la sobrerrepresentación de alguna fuerza política la bolsa de legisladores de partido funge como nivelador. Y no solo en lo político, sino también debiera ser un equilibrador para una representación de la realidad mexicana en cuanto a sexo, edad, grupo étnico y religión, entre otros.
Los argumentos sin duda son sólidos, sin embargo, o no se aplican o han caído en desuso. Ya ningún partido tiene el triunfo asegurado y la competencia es real. En las listas vemos perfiles escogidos al azar, incluso algunos seleccionados por tómbola. El equilibrio, por grupo demográfico, en gran medida se da de origen al exigirlo a los partidos desde las candidaturas. Solo quedaría vigente la razón de la sobrerrepresentación política.
Los tiempos cambian y las instituciones deben cambiar con ellos. Quizá sea el momento, no de eliminar, pero sí reducir “los pluris”. Un Congreso esbelto siempre será más eficiente.