Creció en familia, en una de hombres del campo y del trabajo arduo, una de tantas del semidesierto coahuilense. Afecto a saber cosas desde niño, estudioso y leedor de joven; erudito y modesto en la madurez de la vida.
Prefirió simplemente, la compañía de un libro que la algarabía de la sociedad vacía, o que la bacanal de una convivencia, hasta de una carne asada ocasional. Así fue Luis Salvador Díaz De León Arévalo (“El Cuatro” para los de fuera, “El Tiqui” para los de Ciénegas)… Don Luis, como debiéramos hablarle todos.
Bajo de estatura física era Luis, pero enorme de estatura humana. La austeridad de un gigante, la seriedad de un hombre cabal, la parsimonia de un tipo que está bien con Dios (aunque riña con él, y discutan de libros, y de geografía, y hasta de filosofía de la vida); pueden describir, en parte, a nuestro buen amigo El Cuatro.
Luis no fue fácil, ni fue común, era un tipo especial, que por supuesto destaca del resto (por su erudición, por su vestimenta simple, por sus ideas más grandes que su pueblo, más trascendentes que su sociedad local. Por su juicios justos pero severos). Y ello, le trajo envidias y le produjo juicios banales, de tipos corrientes.
De lo que se perdieron cuantos no lo conocieron, habrían de buscar datos de Luis para poder decir que saben, quien fue El Cuatro. De quienes lo admiraron porque lo trataron de verdad, de quienes se tomaron el tiempo y abrieron su corazón para conocerlo (esos que agradecemos a la vida por toparnos con Luis), hay testimonios suficientes para saber que en la vida, difícilmente te topas con más de un personaje como él.
Y nosotros, Los Garza Pérez, podemos presumir que fuimos sus amigos, y que gozamos de su frecuente, generosa y austera compañía.
Que si Luis era ríspido en ocasiones, que si El Cuatro era parco, que si se aislaba para no dar molestias o permitir que lo vieras enfermo o abatido por los asares de esta vida sufrida; puede ser, pero ello (a nuestro parecer), aumenta su grandeza humana. Luis pudo ser crítico de lo que no entendía, de lo que no aceptaba, porque era congruente. Luis pudo ser Gruñón ante los gandallas y enojón ante las injusticias, porque era frontal y no disimulaba su desacuerdo.
La hipocresía y la soberbia (que a ratos campea por eso lares norteños), nunca fueron su forma de vida.
Hubo más de una vez (y de ello fuimos testigos), que en presencia de ganaderos acaudalados, o de políticos encumbrados, o de personajes que presumían de leídos, con humilde voz pero con segura actitud, los contradijo respetuosamente: en fechas, en sitios geográficos, en tiempos en la historia y hasta en términos jurídicos o de índole técnica.
En todos los casos, los equivocados personajes, le sonrieron al tiempo de agradecer y reconocer la certeza de sus correcciones (no antes de consultar en diccionarios, en apuntes, en internet o en almanaques, planos y documentos varios). Su erudición con simpleza, su grandeza humana con decencia, lo llevaron a tratar a grandes sin sentirse superior. Seguro estoy que estos datos de su historia, no los conocen tantos “vaqueros engolados”, que lo veían sobre el hombro; (burlándose de su austeridad y desperdiciando la oportunidad de contagiarse de su grandeza).
Casó con una muchacha buena, decente, generosa y trabajadora. Que listo fue para escoger pareja, y lista la señora Nubia Irasema Ríos Hernández, de ver en Luis, al hombre de su vida. Y entonces, no es casualidad que tengan dos hijos buenos y de corazón puro. Una familia de ejemplo, con los defectos y virtudes humanas, como todas. Una familia ejemplar, los amigos Díaz De León Ríos, que nos enorgullece conocer y querer.
¿Quién se atrevió a decir que Luis Díaz De León murió, quien que pueda sostenerlo; son esos trasnochados acaso que lo vieron dormir en la tierra el sueño de los justos?
Somos testigos que vive en tantos corazones, y en tantas almas, esas que tocó dejando honda huella; esas que por conocerlo, saben, que para bien de Cuatrociénegas, Luis y su legado, son inmortales.
El Cuatro es un referente.
Hay un antes y después de Luis Díaz De León Arévalo, en Cuatrociénegas; y algunos extraviados, aún no lo saben.
…“Tú, has venido a la orilla, no has buscado ni a sabios ni a ricos, tan solo quieres que yo te siga. Señor me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre. En la arena he dejado mi barca, junto a ti, buscaré otro mar”.
*Postdata. Por el testimonio de: Manolo y Adrián, Garza Pérez.
Un abrazo con cariñoAdrián para ti y toda la familia Garza Pérez