Pequeña,
recién nacido polluelo,
tibia de vellón dorado,
no, no corras.
De tu pequeñez amarilla,
desteñida sobre el mar,
se alegra la carne
azul del cielo.
Te lastimas, marchando
detrás de una estrella,
entre bosques de nubes albas,
y no miras mi cuerpo
parado sobre un buque
negro,
que busca
la raya negra de la tierra.