La influencia de las redes sociales y el hecho de que, a través de ellas, muchas de nuestras opiniones, ideas y posturas sobre cualquier tema son mucho más conocidas, visibles y obvias ha provocado que cada vez nos sea más difícil usar nuestro derecho a cambiar de opinión sobre algo.
Es como si estuviéramos invertidos sin remedio en tal o cual idea solo porque la hicimos pública. Hay un enorme rastro de muchas de nuestras opiniones gracias a redes sociales y eso parece provocar que haya un aumento exponencial en la ya de por sí normal aversión a aceptar nuestros errores. No queremos dar a entender o aceptar que estábamos equivocados sobre algo en el pasado o siquiera modular o ajustar ligeramente nuestra postura. Pareciera que de pronto somos infalibles y perdimos el derecho y habilidad (tal vez cualidad) de cambiar de parecer, de ajustar ideas y creencias cuando tenemos información nueva y de ser capaces de mirar a nuestros amigos, conocidos o audiencias a los ojos y decirles “sabes qué, estaba equivocado cuando dije que la tierra era plana”. ¿Acaso tenemos miedo a aceptar que no somos perfectos y que podemos equivocarnos? ¿Desde cuándo es razonable esperar que los humanos seamos perfectos?
En esta época de la “información” al mayoreo y 24/7, es muy sencillo encontrar argumentos, datos o estudios que validen cualquier opinión que tengamos. A eso se le llama sesgo de confirmación. Es buscar, encontrar e interpretar información que se alinee con nuestras ideas, creencias o valores y amplifique aquello que ya damos por correcto. Hasta cierto punto, es de reconocerse que hay quien al menos se toma el tiempo y esfuerzo de buscar datos o información para validar sus creencias y se podría decir que ese nivel de humano que vive en su error “informado”, está varios escalones arriba en el proceso de evolución que quien se pone sus anteojeras (como las de los caballos) para no ver nada más que lo que debe ver para mantener sus ideas y así justificar sus posturas a base de maroma tras maroma, sin importar su grado de dificultad. Por cierto, eso de las maromas de grado de dificultad 4.0 parece ser ahora deporte nacional en México, y muy arraigado en al aparato gubernamental y los porristas del régimen; esos que perciben al presidente como un ser infalible que un día puede decirle narco al general y al otro ponerle una medalla en el cuello. De igual forma quienes creen que poniendo a los mismos que estuvieron antes, aplicando las mismas ideas y políticas de antes, tendrán resultados distintos a los de antes; para eso también hay que practicar maromas de alto grado de dificultad. Pero bueno, ese puede ser tema para otra columna o serie de cinco libros.
Estamos atrapados en ciclos de sesgo de confirmación, anteojeras de caballo para evidencia nueva, alergia a los datos duros en una jaula con gente que piensa cada vez más igual que nosotros. No nos queremos exponer (arriesgar) a convivir con quienes piensan distinto por un aparente temor infundado a que nuestras creencias, valores y opiniones sean frágiles. No queremos tener la tentación de cambiar de opinión. Nos sentimos muy convencidos de nuestros propios argumentos y al mismo tiempo no creemos poder defenderlos en un intercambio de opiniones con alguien que piense ligeramente distinto a nosotros. Así de ridículos debemos sentirnos arropados con nuestras propias maromas mentales. No, no se trata de que debamos estar abiertos a cambiar radicalmente o de golpe, sino a por lo menos exponernos a otras versiones sobre temas que, seguramente, no pueden ser siempre solo blanco o negro. La vida está dominada por tonos de grises. Pocos temas, por ejemplo, las matemáticas y las leyes de la física (al menos las probadas hasta hoy), se pueden considerar binarios, bien o mal, blanco o negro; tienen solo una respuesta correcta. Para todo lo demás es importante que no nos auto eliminemos del juego tomando una postura radical, de todo bien o todo mal. Por ejemplo, yo no creo que AMLO esté haciendo todo mal, tampoco todo bien, por más que no me gusten sus formas, ni su estilo, ni su capirotada de ideologías pseudoizquierdosas y tendencias de mesías dictador arropado por militares convertidos (por él) en empresarios. Al mismo tiempo, no, no creo que Xóchitl sea infalible y la veo muy lejos de ser la “bala de plata” que necesita la oposición o, especialmente, México. Señalar una falla o recomendación, o decir que no parece ser la bala de plata, se convierte, para muchos de sus seguidores, en insulto. No son capaces de salirse de sus ideas preconcebidas para tener una crítica constructiva de la candidata opositora que urge. De la misma forma que quienes plagan las redes sociales apoyando ciegamente al presidente están vacunados contra cualquier ajuste en su forma de ver y de pensar sobre el primer mandatario. Tienen el Plan Nacional de Desarrollo para verificar cómo va el presidente y prefieren ni siquiera abrirlo, no vaya a ser que les muestre una realidad distinta a la que se construyeron en su cabeza.
Decía un antiguo cliente de mi papá y respetado empresario en Saltillo: “Pepe, el que no cambia de parecer cinco veces al día, no hace negocio”. Y tú, ¿cuándo fue la última vez que cambiaste de opinión sobre algo?