Espero equivocarme, pero creo que no tardaremos demasiado en darnos cuenta que el discurso que dio López Obrador el miércoles pasado, con motivo de la entrega de la constancia que lo acredita como presidente electo de México, pinta una intención de gobierno que en los actos resultará exactamente inversa a la allí expresada. Pronto veremos, me temo, cómo son dejadas de lado sus promesas de respeto a la soberanía de los poderes Legislativo y Judicial. Corroboraremos, además, que el Ejecutivo sí será el “poder de los poderes”.
La razón para mis dudas es sencilla: AMLO ha venido asumiéndose más como un líder espiritual que como un hombre de Estado. Se concibe a sí mismo como el único político honesto en el país y como la autoridad moral de México. Es, según su propio concepto, el que interpreta correctamente la voz del pueblo y quien, por tanto, está llamado a encarnar la voluntad ciudadana.
A su juicio, él, AMLO, es el resultado de todo lo bueno que hay en el país. Si ganó, nos dice, es gracias a “la elevada consciencia cívica y la sólida dignidad republicana” alcanzada por los mexicanos.
Su victoria la interpreta como una manifestación de la “entereza” y el “talento” de la sociedad. Incluso, es curioso cómo, ahora, el respeto a los resultados que jamás demostró cuando éstos le fueron adversos se torna en sinónimo de “madurez política”.
Luego de su auto canonización en vida y de su ascenso a los altares ¿cómo va a resistir Andrés Manuel la tentación de intervenir cuando las acciones de los otros poderes contravengan su personalísima interpretación del mandato popular? Es muy difícil pensar que no empleará el poder para imponer su voluntad, porque, según él no es la suya, sino la del pueblo bueno.
Conozco bien la respuesta que me darán sus más fieles seguidores: AMLO no es como los demás; él sí hace las cosas diferentes; López Obrador sí es el hombre impoluto que México necesita. Tales expresiones son precisamente la base de mi preocupación. Porque el auténtico estado de derecho y la legalidad que reconoce AMLO quieren los mexicanos -y en eso coincido plenamente- no se construye a partir de una figura mesiánica y redentora, sino de un estadista que fundamente sus decisiones en la Ley y en las instituciones.
Face: marcelotorresc / Tuitter: @marcelotorresc