Nuestro diario ha informado con perseverancia y constancia acerca de la problemática que enfrentan los infantes migrantes que cruzan hacia las fronteras de Coahuila a los Estados Unidos. Las notas son frecuentes, escalofriantes y te preguntas, ¿Cómo puede ser que 3 criaturitas, niñas de 9, 6 y una de menos de 2 años, se encuentren solas en un islote del Río Bravo, como lo reseña Elena Vega. Aún no hace un año rescataron a seis migrantes infantes hondureños de 5, 7, 10, 11, 14 y 15 años de edad.
Es difícil si no es que imposible imaginar cómo podrán sentirse emocionalmente esas criaturas, solos, sin abrigo en las heladas aguas del río, sin alimentos, enfermos y en dónde están los padres u otros familiares, ¿Cómo es que se atreven a enviarlos sin compañía y sin el cuidado de adultos? Ya hemos comentado en este espacio que los flujos migratorios han aumentado en forma alarmante y entre ellos están los niños y las niñas por los que la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, manifestó oficialmente: “El Comité está profundamente preocupado por las denuncias de casos de tortura y tratos crueles y degradantes, en particular contra los niños de la calle, niños migrantes, grupos de jóvenes y niños marginados y víctimas de explotación sexual”.
Sobra decir que las migraciones se incrementan por las condiciones inhumanas de los países centroamericanos y algunos del sur del continente. No hay trabajo, no hay alimentos, ropa ni educación y… agregar que la infancia es la parte vital, el capital esencial de cualquier país y están siempre en riesgo de ser explotados por la delincuencia organizada y también expuestos a la trata de personas.
Para ello se requiere que se analicen y entiendan los motivos internos y externos del sujeto que emigra, junto con el conocimiento de la cultura de origen. En Coahuila tenemos ya una cultura que data de hace más de 2 décadas cuando gracias a monseñor Raúl Vera y el honorable sacerdote Pedro Pantoja introdujeron en esta entidad la cultura del respeto a los migrantes y su aceptación, acogimiento y protección, aunque todavía se ve la desestimación a estas personas.
Es muy importante que el Grupo Beta y el Instituto Nacional de Migración vigilen y presten auxilio institucional a los migrantes a fin de que la visión egocéntrica de sí mismo sea superada ya que interpreta al ser humano como entidad autónoma cerrada.
Los niños y los adultos mayores son grupos que primeramente requieren protección a fin de superar el desprecio y la devaluación de los migrantes, culturas que deben ser abandonadas mediante una nueva humanización que considere al otro en todo su valor como ser humano.
Hace falta una aproximación transdisciplinaria que analice y entienda los motivos internos y externos del sujeto que emigra, junto con el conocimiento de la cultura de origen, lo cual es un proceso difícil pero no imposible. Institucionalmente debieran alzarse con toda la fuerza, juntas, las voces de los jefes de Estado del mundo, incluido el papa Francisco a fin de que la protección a la infancia migrante se acreciente y se evite su sufrimiento y abandono.