Hace 110 años, en épocas de la Revolución, Coahuila fue el escenario de un acontecimiento triste y lamentable. En la Comarca Lagunera hubo una revuelta que culminó con la muerte de más de tres centenares de miembros de la comunidad china.
¿Las razones? Existen varias versiones. Sin embargo, para comprender lo sucedido, hay que entender el contexto de la época. México se desangraba en una guerra fratricida que cobraría más de un millón de vidas. Las políticas porfiristas habían abierto las fronteras a la inmigración, sobre todo la europea, con el afán de poblar las regiones y generar polos de desarrollo.
Torreón, que acababa de estrenar el rango de ciudad a penas poco más de tres años antes, se consolidaba como tal a gran velocidad y se beneficiaba con la llegada de extranjeros. La ciudad fue trazada por Federico Wulff, norteamericano de ascendencia alemana, por petición de Andrés Eppen, de los mismos orígenes. Se dice que la amplitud de las avenidas de la ciudad lagunera se debe a que Wulff utilizó medidas del sistema inglés, pero los ejecutores de la obra, en un afortunado error, usaron esos mismos números, pero en el sistema decimal.
La región Lagunera era la principal productora de algodón en el país, actividad intensiva en empleo de personas poco calificadas. La llegada de jornaleros chinos, dispuestos a recibir salarios de subsistencia, causó el desplome del precio de la mano de obra, alterando el equilibrio económico en la zona.
A pesar del empeño de Porfirio Díaz y su grupo de “científicos” de convertir Torreón en una ciudad modelo con la llegada del ferrocarril y de inmigrantes europeos y norteamericanos, principalmente, fue en esta región donde se gestó la oposición a su reelección, con Francisco I. Madero a la cabeza.
La comunidad china había prosperado en la Laguna. Y no solo los jornaleros que sudaban la gota gorda en los despepites, sino también había grandes empresarios hoteleros, banqueros, mineros y comerciantes de origen oriental. Sin duda todo eso generó el recelo de los locales y el sentimiento xenofóbico que, por cierto, no era privativo de la región.
Las versiones de la masacre son variadas. Benjamín Argumedo, el militar que dio la orden de abrir fuego contra la comunidad china, declaró durante su juicio que lo hizo en defensa propia, repeliendo el ataque armado del adversario. Otras declaraciones lo desmienten, mientras el imaginario colectivo adjudica a Pancho Villa los hechos, aún y cuando las crónicas históricas lo ubican en otro sitio de la geografía nacional en ese momento.
Haya sido como haya sido no deja de ser una tragedia condenable, sin embargo, eso ya pasó hace más de un siglo. La diáspora china se dio principalmente entre varones, más del 90%, por lo que tuvieron que casarse con mujeres locales. Sus descendientes son mexicanos, como cualquiera de nosotros, quienes somos, por cierto, fruto de la inmigración y el mestizaje.
Qué bueno que pidamos disculpas por eso, aunque no es la primera vez que se hace. Pero no sigamos con la mirada puesta en el pasado dejando pasar las oportunidades que el presente nos ofrece. Mejor miremos al futuro, ahí está el verdadero porvenir de México.