Hace 162 años, casi exactos, Benito Juárez, promulgó la Ley de suspensión de pagos de 1861 (el 17 de julio). Ahí estableció una moratoria de pagos de la deuda de mexicana y fue un factor para la Segunda intervención francesa en México, de la cuál lo único bueno que salió fue el pretexto de celebrar el 5 de mayo por la victoria de las tropas de Ignacio Zaragoza en la batalla de Puebla. Ojo, se celebra la victoria de una batalla, y no de una guerra.
Es como celebrar pasar a cuartos de final en un mundial. Muchos años más tarde, en 1982, el gobierno de José López Portillo, a través del secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog, declaró una moratoria en el pago de la deuda mexicana, debido a “un problema de flujo” (después se sabría que era un problema de solvencia y no de flujo). En general, el término moratoria tiene connotaciones negativas. Tener que pedir una extensión para cumplir con un proyecto o pagar un adeudo es visto como algo malo. Nunca parecen ser buenas noticias cuando la palabra moratoria se menciona. La Real Academia define “moratoria” como una “prórroga en el plazo establecido para algo, especialmente el pago de una deuda o el cumplimiento de una obligación“.
Sin embargo, tendríamos que considerar que puede haber moratorias, pausas o “tiempos fuera” necesarios y urgentes en ciertos contextos de la vida de un país. Creo estamos en una coyuntura adecuada para decirle a quienes mandan hoy, y a quienes pretenden mandar en el futuro, que ya estuvo bueno de ocurrencias y propuestas de leyes nuevas. Se podría incluso elevar a rango constitucional el que no se inventen, propongan, aprueben o modifiquen leyes si las que hay en la materia han sido sistemáticamente ignoradas, olvidadas y no ejecutadas con cierta diligencia. Ningún cambio a las leyes a menos de que sea para que las que ya existen tengan más probabilidad de ser acatadas y hechas respetar por ciudadanos y autoridad en turno. Ya en otras ocasiones hemos hablado en este espacio de lo bien que se leen muchas de las leyes, e incluso la constitución, de nuestro país. Si hubiera concurso para las leyes o constitución más bien escritas, tal vez podríamos meter la nuestra a semifinales y acabar entre las mejores del mundo. Para escribir reglamentos y leyes, a todos niveles, nos pintamos solos en México. Sin embargo, nos hace falta esa parte incómoda del “cumplir y hacer cumplir”. Seamos muy honestos con nosotros mismos, a todos los niveles, desde un reglamento de condominio, pasando por reglamentos de tránsito municipales y hasta la constitución, es bien sabido que, por un lado, los ciudadanos no cooperan y, por otro, las autoridades respectivas no tienen dientes y, muchas veces, ni siquiera un mínimo de intención o voluntad para ver que esos párrafos que se leen tan bonito en códigos, reglamentos y leyes de todos calibres verdaderamente signifiquen algo más que el valor de la tinta en que están escritos. Vives en un condominio donde claramente el reglamento NO permite perro ladrando fuera de la casa o sin correa, o música después de las 11 de la noche y seguro tienes vecinos que no se dan por enterados; mientras, la administración no sabe, quiere o puede hacer gran cosa para remediarlo. Lo mismo pasa en los casi 2,500 municipios (de todos tamaños y perfiles). Reglamentos huecos y, muchas veces, sujetos al juicio de un policía, un inspector o un alcalde, según anden sus ánimos. A nivel estatal y federal es similar, pero afecta a más personas. Ahí andan personajes como el joven diputado ultramorenista Miguel Torruco Garza, quien hace una semana publicó un tuit (que después borró, espero porque alguien le jaló las orejas) diciendo que propondría una ley para equipar las carreteras del país con cámaras y tecnología de reconocimiento facial para así combatir al crimen organizado. Casi al mismo tiempo, el precandidato Ebrard presentó su plan A.N.G.E.L. con el que dice se puede convertir al país en “el más seguro de la historia”. Ahí, también, se habla de tecnologías de reconocimiento facial, como las del diputado Torruco, además de drones, inteligencia artificial, “reconocimiento morfológico de delincuentes”; que implicaría el uso de tecnología para establecer patrones, ya que “un delincuente tiene una cierta forma de actuar y caminar” (sí, si hace como pato, camina como pato, tiene pico de pato y hace cuac…). De ese tamaño es la temporada de grandes ideas (ideotas). Seguro necesitamos inteligencia artificial, reconocimiento facial y morfológico para determinar que ese convoy de camionetas blindadas sin insignias oficiales, cargadas con cuates encapuchados armados hasta los dientes que circula por la carretera a Nuevo Laredo es de delincuentes. ¡Benditos drones! No se necesitan más leyes, se necesita voluntad para cumplir, primero, algunas de las que ya existen, las sencillas. Después, subir el nivel de complejidad y cumplir otras, no tan sencillas. Y así sucesivamente. No aceptemos ideas de políticos que nos dicen que hay que ir a pizcar fruta de la rama más alta del árbol, si no antes recolectamos lo que está en las ramas de abajo. Sentido común. Exijamos una moratoria a las ideotas (grandes ideas); una moratoria a leyes nuevas.
Empecemos por echar a andar las que hay. Acaso si el sistema de Ebrard o el de Torruco estuvieran en operación mañana, ¿con eso identificarían y arrestarían a los del convoy? Lo dudo.