Una brutal crítica social en la que todos jugamos un rol.
Atención: este artículo contiene un alto porcentaje de spoiler y no es apto para todo público.
Con un shot de “Mil Diablos” y pistaches, terminé de ver tan comentada historia. Mucho que hablar, pero advierto, esto es un breve análisis de esta serie “fuera de serie” surcoreana presentada en Netflix que de la noche a la mañana se convirtió en un fenómeno mundial.
¿Qué estás dispuesto a hacer por dinero?
El Juego del Calamar es el individualismo y competitividad llevada al extremo. Es una burbuja de darwinismo social, selección natural como base de la supervivencia entre humanos donde se extinguen los más débiles. Después de ver sus episodios, surgen las preguntas e interpretaciones.
¿Qué nos quiere comunicar?
La serie plantea un grupo de personajes endeudados con una economía insolvente. Agobiados, deciden voluntariamente contender en una misteriosa “justa” con un suculento premio, ignorando la tétrica modalidad de la competencia basada en juegos infantiles donde la eliminación, significa morir.
Es en una isla custodiada con cientos de competidores, los principales: el mafioso, el banquero fraudulento, el migrante pakistaní engañado, la desertora norcoreana buscando mejor vida, el desempleado sin derechos laborales; y finalmente, un anciano que sorprende con un twist rol en la historia. Representan el malestar de una sociedad estresada, violenta, consumista, con todo al alcance, pero insatisfecha, compitiendo por vivir mejor que todos y ninguna clase social está satisfecha.
A raíz de movimientos sociales en los sesenta y setentas: mayo del 68, liberación homosexual, movimiento feminista, estudiantes, obreros industriales, promotores de derechos humanos, los ecologistas y la protesta antinuclear; pensadores como Foucault, Lefort, Deleuze, Morin y Lefebvre tomaron con seriedad el estudio de la nueva exigencia política.
En “Vigilar y Castigar” de Michel Foucault, describe la relación del poder en un contexto histórico, político y económico llamándola Sociedad Disciplinaria. Estos personajes de El Juego del Calamar simbolizan una generación que se preparó para un futuro que ya no existe e implica superar la subordinación, poder económico, ideológico y al juego de las estructuras sociales.
Las escaleras de colores con enmascarados marchando, custodian, sin identidad, solo llevan figuras geométricas con círculos, cuadrados y triángulos, tienen su jerarquía. Este escenario vertiginoso, fantástico, surreal, seguramente basado en las escaleras del holandés M.C. Escher, desafía la simetría, es imposible ver lo que está adelante y atrás, aquí no se sabe cuál sube o cuál baja y sin ley de gravedad. Representa una sociedad atrapada en un mecanismo disciplinario, con una vida cíclica, que controla y vigila, simulando una especie de algoritmos humanos.
También aparece el front man y los VIP. Me gusta como analiza esta parte el empresario brasileño, Diego Ruzzarin, el front man es el anfitrión, líder, una metáfora del estado que viste máscara negra y vigila que los VIP estén bien atendidos y disfruten de los juegos. Con rostro estilizado tipo humanoide representa un hibrido entre lo humano y el sistema. En una de sus escenas aparece con un libro de Jaques Lacan “Teoría del deseo” donde presenta evidentemente, parte de sus conceptos teóricos; la necesidad se satisface, el deseo es insaciable.
Me llamó especialmente la atención los VIP. Con identidad oculta, usan máscaras de animales, por su idioma son extranjeros, los verdaderos dueños del mundo. Ellos son el máximo escalón, los de arriba, hombres blancos quizá personificando a los más ricos del mundo.
Los VIP viven los excesos, opulencia extrema, libertinajes, sin moral y ética, con drogas, estímulos sexuales, pero son tan triviales, que solo les provoca placer el sufrimiento humano. Foucault señala que el poder no se posee, funciona. Es una estrategia, se vuelve más anónimo y funcional y aquí los personajes, incluyendo los subordinados que son asesinos, están altamente alienados. A los que sorprenden traficando órganos, no los matan por el atroz hecho, sino por romper la alienación, por quitarse la máscara… “No importa lo que hiciste, lo que importa es que te vieron y saben quién eres”. Son un simple número, no existen, son solo “carne de cañón”.
Todos los juegos infantiles de esta competencia son una metáfora de un modelo económico. Avanzar y obtener logros, sin importar cómo, bien o mal, si te pescan “en la movida” violando la ley, te van a torcer. Esta es la primera competencia, Verde y Rojo. Aquí se revela la paradoja de que el juego infantil, donde todo es diversión para estos adultos, perder es la angustiante forma de morir.
Recortar el contorno de las galletas, es el segundo juego. No puedes quebrarlas, es marcar y juguetear con el borde de la ley. Puedes hacer lo que sea, humedecer la galleta, calentar agujas o recortarla manualmente, pero que no se rompan las reglas.
La gente con las que te rodeas, con la que te asocias y haces equipo, puede determinar tu destino. El tercer juego, Jalar la cuerda, no solo requiere de personas fuertes, también demanda intelecto, pone a prueba la importancia de las posiciones, la estrategia para balancear pesos. Aunque tú desarrolles bien tu trabajo, si tienes malos elementos puede resultar desastroso.
Uno de mis capítulos favoritos es el Juego de las canicas. Previo a contender, cada participante, debía escoger al compañero óptimo para ser equipo en parejas. Engañados por el sistema y un drama inquietante, son forzados a ser oponentes. Sucede en la vida real, se pierde esa solidaridad y apoyo porque surge el contexto de la competencia “es él o yo”. Aquí sobresale el individualismo y la selección natural de supervivencia. En esta avanzada etapa de la competición, el rostro de cada uno de los jugadores va deformándose en una especie salvaje, convirtiendo el desafío en no solo ganar, sino de permanecer vivo.
El que se arriesga primero podría tener éxito, pero tiene mayor posibilidad al fracaso. Este es el quinto juego, El Puente. Los que van adelante se sacrifican y descifran el camino para los que vienen atrás. Van aprendiendo de sus errores y marcan un camino sin riesgos “Nadie sabe para quién trabaja”.
Finalmente, El Juego del Calamar la lucha por los espacios, te saco de la raya con una lucha encarnizada, donde el que parecía holgazán, irresponsable, con familia disfuncional y adicto al juego, resulta ser mejor persona, pero víctima de un estado mal regulado; y el otro finalista, quién representó, al chavo de barrio que sale adelante en una universidad, su real personalidad fue ser visceral, irresponsable, manipulador y tramposo.
Sin mencionar el final, el único anciano, jugador 001 es protagonista fundamental de la historia. Ejemplifica las ventajas de nacer en un nido de oro. Utiliza su nostalgia y aburrimiento de forma perversa alimentando el deseo de “volver a ser” experimentando la alegría de volver a ser niño. Tiene el conocimiento previo de las reglas del juego, poder, protección de los guardias hasta fingir su muerte durante la competencia. Su posición social es un privilegio que se vuelve condena.
En este thriller coreano los concursantes no tienen identidad, todos visten igual y todos son un número. Por un momento también existe el discurso de la democracia, lucha de clases y un estado de justicia prácticamente desaparecido. No hay duda, la realidad supera la ficción, la vida es brutal en el constante juego de la supervivencia.
LCC. EDGAR GONZÁLEZ ARELLANO
18/10/21