Pedro, hermano, tu ejemplo de vida nos acompañará siempre.
Preparados, en pocas horas celebraremos la fiesta más grande de la cristiandad, la Navidad, aunque la de ahora es atípica, los confinamientos y las medidas de seguridad adaptadas por los gobiernos de diversos países, como los toques de queda en Europa, implican el aislamiento, no más de 10 personas en las reuniones; además, la suspensión de actividades no esenciales frena en buena medida el consumismo que el sistema capitalista acostumbra impulsar en estas fechas.
Miles de tiendas penden de un hilo, las de ropa, de juguetes y otros artículos han visto trastocada la mayor temporada de ventas, ni que decir de la perfumería y las joyas; la pandemia lo ha cambiado todo y se ha llevado por delante al comercio ya que la mayoría de la gente tiene menos dinero y quiere ahorrar o no lo tiene porque el empobrecimiento crece y exige austeridad.
La confianza y la alegría que alimentan el estado anímico de este tiempo han disminuido con el aislamiento, la distancia social y el cuidado de sí mismo. Si a la falta de ilusión le sumas el miedo al contagio y las limitaciones de movilidad y de reunión, es explicable el desánimo de sumarse a las aglomeraciones y al tumulto por las compras.
Estamos frente a una realidad nunca vista por los que tenemos vida -el antecedente más conocido es la gripe española de 1918 que costó millones de vidas- a partir de esta pandemia, para el mundo entero nada será igual.
La situación en los Estados Unidos es horrenda, el país más poderoso de la tierra tiene unas cifras de muertes y contagios enormes, las más altas del mundo atribuibles en gran medida a la ignorancia, al dogmatismo y la soberbia de Trump.
Para los mexicanos la Navidad es una fecha de gran importancia, una de las fiestas de convivencia familiar en la que se habla, se platica, se discuten no solo situaciones familiares, sino también los asuntos sociales y cómo se están viviendo las crisis, la económica, la de empleo y por supuesto la del coronavirus.
Miles de familias tendrán luto por sus difuntos víctimas del virus, lo más probable es que vivan juntos el duelo por los que se fueron, la ausencia de quien partió hará el pan amargo.
Vivir y convivir con la familia es parte de nosotros y ahora hay un virus silencioso que se esconde en la convivencia, que la hará muy diferente y singular o hasta imposible.
El cariño, la solidaridad no podrán mostrarse en el abrazo, en los regalos, en el pavo o el bacalao, se mostrará en las video llamadas o quizá sólo en un breve mensaje, querámoslo o no ahora el cariño se mide por la distancia, por el recuerdo de quien partió, es doloroso, pero es la realidad que se impone.
Este tiempo nos muestra con claridad que somos parte de un sistema social y todos dependemos de todos, si tu te cuidas, me cuidas, aunque no sepas quien soy, si yo me cuido, te cuido.
Las ganas de disfrutar la Navidad no deben inducirnos a pisar el acelerador para estar juntos, como ya vemos que ha pasado en Saltillo -el centro de la ciudad atestado, colmado de compradores- es preciso cambiar de actitud para evitar los ciclos: rebrote-restricciones-relajación-rebrote y así eludir más muertes.
Tener una Navidad y Año Nuevo tranquilos, depende de nosotros, de tomar conciencia de que debemos usar el cubrebocas, que nos protege en un 95% y estar en casa lo más posible, porque Coahuila tiene 46.821 personas con coronavirus y 3.890 fallecidos desde el comienzo de la pandemia, que no son pocos.
Pero a pesar de todo, les deseo una feliz Navidad.
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