Vaya sacudida la que se llevaron los mercados financieros la semana pasada. China le permitió a su moneda, el yuan, un desliz por encima de las 7 unidades por dólar, cosa que no había sucedido en más de una década. Estados Unidos reaccionó rápidamente, acusando oficialmente al Dragón Asiático, después de 25 años de haber retirado esa nefasta etiqueta, como “manipulador de divisas”, escalando el nivel del conflicto comercial.
El nerviosismo orilló a los inversionistas a retirar su dinero del sistema financiero, tumbando a las principales bolsas del mundo y depreciando a muchas monedas con respecto al dólar. Los indicadores estelares norteamericanos, como el Dow Jones, S&P 500 y Nasdaq tuvieron su peor día del año. Aunque en menor proporción, la Bolsa Mexicana de Valores siguió la misma tendencia.
La acusación no es reciente. A China siempre se le ha criticado no contar con una política cambiaria flexible y fijar arbitrariamente el precio de su moneda. Esto es en parte verdad y en parte mentira. La realidad es que ningún tipo de cambio en el mundo flota libremente.
Por ejemplo, cuando existe alguna amenaza de depreciación del tipo de cambio el banco central siempre podrá aumentar sus tasas de interés para mantener las inversiones en cartera o echar mano de sus reservas internacionales para adquirir su propia moneda, retirarla de la circulación y así apuntalar su valor. Si el objetivo es el contrario, podría bajar las tasas o imprimir dinero.
Si bien es cierto que en China la moneda no flota libremente (utiliza el sistema de tasas de referencia fijadas diariamente), también es cierto que durante la última década ha tomado medidas más orientadas hacia un tipo de cambio flexible.
Con un yuan devaluado las exportaciones chinas se vuelven más rentables y compensan, hasta cierto punto, el costo adicional generado por los aranceles impuestos recientemente por Estados Unidos a las importaciones procedentes de ese país. De ahí proviene el enojo del gobierno norteamericano.
Manipular el tipo de cambio es un juego peligroso. Se puede mantener una moneda sobrevaluada artificialmente, como se dice coloquialmente, a billetazos; sí, pero hasta cierto punto, el del agotamiento de las reservas. Después el salto es abrupto y trae consigo crisis económica, como pasó en México en el 94. Por el otro lado, un tipo de cambio subvaluado ahuyenta los capitales y aumenta el precio de las importaciones, generando inflación.
El presidente Trump debiera tomarlo con calma y no andar espantando a los mercados. Ninguna economía en el mundo puede sostener un tipo de cambio alejado del equilibrio indefinidamente sin pagar las consecuencias en el mediano plazo, ni siquiera el gran Dragón.