En mi vida he visto de todo. Presencié emocionado la caída del Muro de Berlín y aterrorizado el derrumbe de las Torres Gemelas, baluartes del socialismo y el capitalismo. Fui testigo del impensable colapso financiero más grande desde la depresión del 29, al estallar la burbuja hipotecaria en Estados Unidos, contagiando viralmente al resto del mundo.
Me tocó, por primera vez en la historia de la Iglesia Católica, ver renunciar a un papa al solio pontificio para ser sustituido, también por vez primera, por uno latinoamericano. Tuve la reciente oportunidad de disfrutar la noticia del arribo a la Casa Blanca de un mandatario de ascendencia afroamericana, y con la amplitud de miras suficiente como para visitar Cuba después de 88 años de ausencia presidencial estadounidense en la Isla.
Ni qué decir de los cambios tecnológicos. En mis cuatro décadas de vida he atestiguado la evolución exponencial de computadoras y móviles, de sistemas y aplicaciones. En la última década las redes sociales han cambiado radicalmente la forma de hacer amigos, de hacer negocios y de hacer política.
He visto a los mercados internacionales cotizar nuestro petróleo en una, dos y hasta tres cifras en dólares, y he visto a nuestro peso perder tres ceros a la derecha. Me tocó despertar un día con la terrible noticia del temblor del 85, y otro, ir a la cama triste, frustrado y desesperanzado al enterarme del magnicidio de Colosio.
Muchas cosas he vivido. Pensé, incluso, haber perdido ya toda capacidad de asombro. Pero lo que leí en los medios hace unos días me dejó perplejo, boquiabierto y con los ojos como platos. Contra toda la lógica económica, un grupo de millonarios neoyorquinos le pidió a su gobernador ¡subirle los impuestos!
Uno de los problemas clásicos de la ciencia económica es, precisamente, que todos queremos ciudades más seguras y con mejores servicios, pero nadie está dispuesto a pagar por ello. La “paradoja del polizón”, la llamamos los economistas.
Envuelto en un manto patriótico, el grupo de empresarios (que incluye apellidos místicos como Disney y Rockefeller) solicitó al gobernante de “La Gran Manzana” no sólo un incremento impositivo al 1% más pudiente del Estado, sino una tasa progresiva, justo la receta propuesta por Thomas Piketty en su Best Seller “El Capital en el Siglo XXI” para evitar la peligrosa acumulación de la riqueza.
No lo hacen por filántropos, aunque así lo manifiesten en su exposición de motivos. En economía “no hay tal cosa como un desayuno gratis”, decía el Nobel Milton Friedman. Combatir la pobreza y mejorar la infraestructura de la ciudad son causas nobles sin duda, pero la derrama económica que se generará con esas medidas les traerá beneficios económicos a sus empresas.
0.5
5