Durante la Segunda Guerra Mundial, como en otros momentos históricos, países como Alemania y Francia fueron acérrimos enemigos. Defendiendo sus ideologías y sus intereses, se enfrascaron en una conflagración despiadada que les costó grandes pérdidas, humanas y materiales. Sin embargo, después del cese de hostilidades tuvieron la madurez y la inteligencia suficientes para aliarse y formar un exitoso bloque económico: la Comunidad Europea.
Así debiera ser la política en México.
En las contiendas electorales los partidos políticos presentan a sus candidatos, pero no es lo único que postulan; en esa candidatura van incluidos ideología, estatutos, visión, programa de acción y plataforma electoral consensuada para la ocasión, aditivos con los que, por cierto, no cuenta un candidato independiente.
La política es pasión; claro que lo es. Y en épocas de campaña se vale defender a capa y espada esos ideales envueltos en los colores partidarios; se vale utilizar las mejores tácticas y estrategias para vencer al adversario, que no enemigo, en las urnas; se vale promover los logros propios y señalar los desaciertos de la oposición. Se vale debatir, contrastar y hasta exagerar.
Se vale cuestionar el qué de la propuesta ajena, pero sobre todo el cómo y el porqué; se vale criticar el actuar público del candidato alterno, y se vale indagar, incluso, sus valores, desvaríos, debilidades y vicios; se vale utilizar los tiempos, se vale asestar golpes y se vale esquivarlos.
Lo que no se vale es mentir, calumniar o engañar; tampoco violar la ley, o los golpes bajos.
Las perversas campañas de lodo salpican y ensucian más a quien las promueve, aunque pretenda ampararse bajo las ominosas sombras del anonimato.
Pero sobre todo, lo que no se vale es que la lucha trascienda más allá del día de la elección. El equipo ganador debe de ser magnánimo en la victoria y promover alianzas con sus oponentes en aras de lograr una mayor gobernabilidad y consensuar un proyecto de nación incluyente.
Confiemos en ello, pues al final de cuentas la gente bien nacida que participa en la política y en el servicio público por convicción y vocación genuinas tiene un mismo objetivo: dejar a sus hijos un mejor país.
Los partidos políticos son puentes entre la sociedad y el gobierno, y como tales ejercen una importante función. Lejos de pensar en derrumbarlos, debemos fortalecerlos. Si los partidos quieren sobrevivir, tienen que escuchar a la comunidad y reinventarse. Y buena parte de esa reinvención radica en la actitud conciliadora entre sus líderes y militantes: la gente quiere escuchar propuestas y soluciones integrales, no insultos ni pleitos estériles.
Ya tomará cada quien su lugar en la trinchera que más lo convenza cuando inicien los comicios electorales; por lo pronto, la armonía entre partidos y la caballerosidad entre partidarios es indispensable para construir un mejor mañana. Nobleza obliga.